miércoles, 3 de septiembre de 2014

¿Jugar a ser feliz, o ser feliz?

No soy de engancharme con los juegos y propuestas de Facebook, pero cuando hace un tiempo una amiga me invitó al desafío de pensamientos positivos me sumé sin pensarlo dos veces.
La consigna era sencilla: durante siete días, había que publicar tres pensamientos positivos relacionados con las cosas lindas o buenas que hicimos o que nos pasaron cada día.
El primer día, cuesta un poco. Generalmente, uno está más pendiente de lo negativo, de lo que no funciona como debería, del entorno, del país, de la política, de las carencias, y hasta considera superficial o egoísta conformarse con sus pequeñas felicidades cuando en el mundo pasan tantas cosas tristes, dolorosas, aberrantes: injusticias, guerras, miserias.   
El segundo, cuesta un poco menos. Un empieza a entender de qué se trata y está más perceptivo, más abierto a descubrir esa experiencia agradable que le alegró el día.
Para el séptimo y último día del desafío, uno se sorprende al ver cuántas cosas buenas le pasan todos los días sin que se dé cuenta, y a veces sin registrarlas como tales. Cosas que consideramos naturales, previsibles, merecidas, pero que de pronto, vistas desde otra óptica, vemos que son dignas de festejar.
Cosas tan simples como el sol, la lluvia, el aire fresco de la noche después de un calor agobiante, el canto de los pájaros, un encuentro con amigos, una satisfacción en el trabajo, el haber podido ayudar a alguien, la sonrisa de un hijo, recuperan gracias a un simple juego su verdadera dimensión y descubrimos, o comprendemos, que el mundo sigue ahí con sus miserias, sus guerras, sus injusticias, pero en medio de ese caos hay un universo personal en el que podemos elegir cómo vivir, cómo sentirnos, a qué darle importancia y a qué no…
Y es un descubrimiento grandioso, maravilloso, que nos empodera y nos vuelve más sensibles, más abiertos, más plenos.
Me levanto y voy al baño a ducharme. Abro la canilla, sale agua caliente, me enjabono, me seco. ¿Puedo considerar mi ducha matinal algo tan grandioso como para celebrarlo? Sé que muchos responderán que no, que así debe ser, que cuando uno abre la canilla DEBE salir agua, que es un derecho, que pagamos por ella y que así funcionan las cosas. Pero hay tanta gente que no tiene agua, que esa ducha matinal con agua caliente es un lujo. Y la celebro como tal, y siento el agua, y agradezco tener un baño con azulejos en las paredes, y tener jabones perfumados, y shampú, y toallas, aunque no sean nuevas y estén algo ásperas de tanto usarlas. Lo agradezco; es valioso, mucha gente no lo tiene.
Salgo de casa y camino hasta mi trabajo. Son pocas cuadras, hay sol, cantan los pájaros, y me siento feliz de estar aquí, en este pueblo ciudad tan bello y querido para mí. Para otros habitantes es apenas una ciudad dormitorio, e incluso, como dicen algunos, “un pueblo de mierda” en el que nada funciona bien, en el que hay calles de tierra intransitables, obras públicas mal hechas y funcionarios inútiles. Algo de eso hay, no lo niego. Bastante. Pero es mi lugar en el mundo, y lo amo, y valoro todo lo bueno que tiene, que para mí es mucho más que lo negativo.
Cuando comencé el desafío de pensamientos positivos me sentía desanimada y triste: hacía poco que habíamos llevado a mamá al geriátrico y ese había sido un golpe muy duro, difícil de asimilar, y había otras cosas dentro mío que tampoco estaban bien, dudas, miedos, culpas, ansiedad, desmotivación, desvalorización… Yo soy optimista por naturaleza, soy de ver el lado positivo de la vida, pero cuando caigo en un bajón siento que se me cierran todas las puertas de golpe, y me encierro en mí misma. En ese estado, no era fácil encontrar “felicidades” como para publicar. Las tuve que buscar con lupa. Pero aparecieron, y una vez que encontré la primera, chiquita, modesta, el resto vino solo y mi ánimo cambió como por arte de magia.

No jugué a ser feliz, no me inventé felicidades que no tengo. Simplemente volví a redescubrir y valorar, una vez más (y van tantas…) las pequeñas grandes cosas buenas que tiene la vida. Que son muchas y que están ahí, al alcance de la mano, esperando que las sepamos ver y las disfrutemos.