viernes, 23 de abril de 2010

Charla - debate sobre mi libro en "Sólo porque quiero"

(de mi fanpage del Manual de instrucciones para Recién Separadas en Facebook)

Hace unos días me descubrió acá en Facebook Fernando Ortiz, creador de “Sólo porque quiero”, un multiespacio pensado para gente piola que quiere estar en buena compañía y hacer cosas que le gustan. Fernando entró a la página del Manual, le interesó lo que leyó, me contactó y me invitó a participar en uno de sus miércoles temáticos. Y allá fui.

A eso de las diez, cuando llegaron las empanadas, el grupo era lo bastante grande como para colmar el espacioso living, cerca de 30 personas. Algunos ya se conocían de encuentros anteriores, otros era la primera vez que venían, pero todos tenían algo en común, que se notaba en el ambiente: las ganas de pasarla bien, de distenderse, de tomarse un recreo.

Después de la presentación del invitado (¡yo!) con un video alusivo, una paquetería que me hizo sentir de lo más importante, les conté algo sobre mí: cómo había escrito el libro y lo había editado, mis expectativas y lo que había pasado con los lectores, y enseguida comenzó el intercambio de opiniones. Fernando y Verónica Minardi eran los encargados de moderar, algo que por momentos se hacía difícil en medio de las risas, las bromas o las protestas cuando alguien decía algo que los demás no compartían.

Hernán Lanvers, escritor cordobés que había estado el miércoles anterior hablando sobre sus novelas y sus experiencias en África, fue uno de los primeros en hacernos poner el grito en el cielo a las mujeres: según él, cuando uno consigue lo que quería el deseo muere y entonces tiene que buscar otro objeto de deseo. A partir de ahí, los que se animaron a opinar se explayaron y el debate fue tomando color, y calor. Nadie parecía querer quedarse callado. Ni les cuento lo que fue cuando hablamos de “la otra”, el tema más polémico de la noche.

Sé que todos nos fuimos con algo en qué pensar. A mí, personalmente, la charla me sirvió para corroborar cuánto nos cuesta entender que hombres y mujeres somos diferentes. No mejores, ni peores, diferentes. Si de verdad lo entendiéramos, no esperaríamos cosas que el otro no puede o no sabe dar.

Y cuánto nos cuesta (digo “nos” porque me incluyo) escuchar. Escuchamos pensando en cómo responder, en lugar de prestarle atención a lo que el otro está diciendo. Lo hacemos en todos los ámbitos de la vida, con todas nuestras relaciones, incluida, por supuesto, la pareja. Si aprendiéramos a escuchar con el corazón, sin sentirnos obligados a refutar lo que el otro dijo, ni a convencerlo de que está equivocado, ni a darle nuestra propia opinión, seguramente no habría tantos desencuentros... ni tantas recién separadas.

Pero como las hay, y como me hace bien levantarles el ánimo, sigo tomando nota de lo que veo y escucho para la próxima edición del libro, corregida y aumentada.

domingo, 18 de abril de 2010

El uso correcto del gerundio

Muchos escritores y correctores defenestran al pobre gerundio como si fuera una aberración de la lengua, o casi, y aseguran que es vulgar y poco elegante.
Pero resulta que cuando queremos conseguir un tono coloquial, el gerundio puede ser insustituible. No es lo mismo decir “la más chica anda noviando” que “la más chica tiene novio”. Ese “anda noviando”, más ligado a lo afectivo que a lo formal, nos remite a la nostalgia del padre que se da cuenta de cómo han crecido sus hijos, o a las primeras experiencias amorosas vistas desde la perspectiva del adulto, mientras que “la más chica tiene novio” es apenas un dato informativo. Sutilezas de sentido como ésta son las que puede ayudarnos a conseguir el gerundio, siempre y cuando sepamos cómo usarlo y dosificarlo.
Para los que tengan dudas sobre cómo y cuándo se puede “gerundiar” sin pasar vergüenza, aquí va la regla de oro:

Cuando menciono dos acciones que se pueden realizar al mismo tiempo, usar gerundios es correcto.

Es tan simple... que hay quienes no lo entienden. Vamos a los ejemplos.

* Caminaba cantando. ¿Se puede caminar y cantar al mismo tiempo? Sí.
* Iba pensando. ¿Se puede ir hacia algún lugar y pensar al mismo tiempo? Sí.
* Entró llorando.
* Pasó volando.

En todos estos casos, el gerundio está usado correctamente.

* Se promulgó una ley regulando la caza de palomas.
¿Se puede promulgar una ley y regular una actividad al mismo tiempo? No.
Expresión correcta: Se promulgó una ley QUE REGULA la caza de palomas.

* Se agachó atándose los cordones.
¿Puede uno agacharse y atarse los cordones al mismo tiempo? No.
Expresión correcta: Se agachó y SE ATÓ los cordones.

* Suspiró bebiendo un trago de vodka.
¿Puede alguien suspirar y beber al mismo tiempo? ¡Pruebe y después me cuenta!
Expresión correcta: Suspiró y BEBIÓ un trago de vodka.

Someta a todos sus gerundios a esta prueba, y difícilmente se equivoque al usarlos.

En cuanto a la cantidad aceptable, bastará con fijarse en el cantito rimado que producen en el texto muchas palabras terminadas en ando – endo. Esto se aplica, en general, a todas las terminaciones: mente, ción, cida, etc., así que ante la duda, lea en voz alta.

---------------------------
Más sobre AUTOCORRECCIÓN y CORRECCIÓN LITERARIA...

miércoles, 14 de abril de 2010

La moral retorcida de los moralistas

Como ya les conté, estoy catalogando libros en la biblioteca de Río Ceballos, donde todos los días pasan por mis manos desde best sellers archiconocidos hasta obras ignotas. Muchas veces sucede que para saber cómo clasificarlos tengo que darles una ojeada, lo que me permite espiar el contenido; si la categoría de voyeur literario existe, confieso que lo soy, y como muestra vaya lo que sigue.

Heme aquí frente a uno de esos libros a los que debo ojear, editado en 1954. Moral y Prole. Trata sobre los hijos y el matrimonio, el aborto, el control de la natalidad, las prácticas sexuales permitidas, todo enfocado desde el punto de vista de la moral cristiana. Pero mi ojo clínico, entrenado —a fuerza de convivir con un infiel— para leer subrepticiamente lo que no debe, encontró algunas perlas de esas que bien merecen un comentario, así que me traje el libro a casa para escribirlo como se debe: con conocimiento de causa.

Mientras leía la parte que había despertado mi curiosidad, no pude menos que imaginarme al autor como un viejo amargo de mirada torva y piel granujienta, flaco, esperpéntico y sin ningún atractivo erótico a la vista. Sólo alguien así podía regodearse con palabras melindrosas como concupiscencia, actos sexuales incompletos, y algo que me intrigó por su vaguedad: que cuando no podían concretar la unión perfecta (esto es, sin usar ningún método anticonceptivo natural o artificial), a los esposos les era lícito, y lo copio textual, “satisfacer un poco a la naturaleza sin llegar a saciarla. Les es lícito algo, sin llegar al todo”.

A la flauta, me dije, ¡este tipo es un precursor del sexo tántrico enmascarado! Pero no. Lo que el moralista proponía era, hablando en criollo, calentar la pava pero cuidando que el agua no hierva. No confundir con el coitus interruptus, que es pecado mortal. Satisfacer un poco la naturaleza es más sofisticado y requiere un autocontrol digno de un faquir, pero se supone que con la ayuda de Dios todo es posible. Y si los esposos saben sofrenarse y decir basta a tiempo, pueden besarse, abrazarse, estrujarse y excitarse un poquito, pero no demasiado, como para dar lugar a una “limitada complacencia” que no llegue al clímax. Como jueguito erótico suena interesante, pensé, pero como mandato moral me parece perverso.

“Lícitos son los actos impuros no ordenados al acto conyugal, siempre que no constituyan peligro próximo del deleite venéreo pleno y los mueva a realizarlos alguna causa justa, p.e., el fomento del mutuo acuerdo”, aclara una cita al pie de la página en un lenguaje diáfano y contundente que no deja lugar a dudas de lo que se quiso decir, o eso supone el que la escribió. ¡Deleite venéreo, qué asquerosidad, suena a intercambio de sífilis y gonorrea! Si esa es la claridad con que la iglesia adoctrina a sus fieles, se entiende que haya tanto cristiano desorientado...

Claro que el autor debe reconocer que estas relaciones incompletas despiertan recelo desde el punto de vista médico, “debido a que la naturaleza muy excitada o insatisfecha se perturba”. Es por eso que para no andarse con chiquitas recomienda la castidad lisa y llana, y en caso de no ser posible ésta, el control de la natalidad mediante el método del ritmo o de Ogino Knauss. Que es casi lo mismo, porque para no errarle hay que andar con el almanaque a cuestas y algo punzante en la mano para mantener alejado al quía en los días peligrosos.

Y para terminar, esta monstruosidad que, según el autor, aconsejaría la moral cristiana: si el marido obligara a la esposa mediante amenazas o maltratos a utilizar cualquier método de control de la natalidad no permitido por la iglesia (preservativo, etc.) y la esposa lo aceptara, ella no estaría cometiendo un pecado. Que es lo mismo que decirle a la pobrecita que Dios la dispensa de ir al infierno, pero que debe acceder a lo que el maltratador le pida porque es su marido y lo tendrá que aguantar y obedecer hasta que la muerte los separe.

Leyendo, uno siempre aprende. Y entre otras cosas, aprende a conocer los monstruos que habitan en la mente podrida de muchos que se alzan con el dedo acusador en alto, siempre dispuestos a señalar al prójimo caído pero ciegos ante su propia imbecilidad.

lunes, 12 de abril de 2010

Me mentiste, me engañaste...

(de mi fanpage del Manual de instrucciones para Recién Separadas en Facebook)

Si la incompatibilidad de caracteres tiene su origen en las mentiras mutuas, aquí van algunos consejitos para reconocer a los mentirosos.
Para empezar, desconfíe sanamente de los hombres que no hablan de sus cosas, no presentan a sus amigos y no dan el teléfono de su lugar de trabajo, y de los que tienen horarios y hábitos raros. Normalmente esconden algo, desde una mujer, o varias, o media docena de hijos, hasta lo más terrible que pueda imaginarse. El que no tiene nada que ocultar no anda haciéndose el misterioso... salvo que tenga alguna neurosis, lo hayan estafado y esté siempre en guardia o tenga complejo de inferioridad, defectos que lo vuelven poco recomendable.
La mentira, cuando una QUIERE verla, tiene el tamaño de un elefante y el olor de un filet de merluza. Es notoria, evidente y previsible. Preste mucha atención a los detalles, porque cada mentiroso tiene su estilo. Están el enredado (sus mentiras son con mucha gente, muchas cosas, muchas fechas, muchos detalles); el exagerado (cada ida a comprar cigarrillos es como la carrera París-Dakar, con beduinos y todo); el amnésico (no sabe, no contesta, no se acuerda...); y hasta el infantil, que se pone colorado, mira el piso y dice mentiras estúpidas, ridículas o compulsivas. Y algunos mezclan todos los estilos, cuando lo consideran necesario: son los mentirosos patológicos. Pero con éstos es mucho más fácil: no hay que creerles nada de lo que dicen. Nada, nada de nada. Pruebe y después me cuenta... cuánto tarda en volverse completamente loca. Porque los hombres NO SON todos iguales, como dice su mamá: para peor, están los mentirosos patológicos.
Pero aun sin llegar a tal extremo, si algún aspirante a marido intentara ocultarle sólo algunas cositas (que ronca, por ejemplo; o que se desayuna con vodka, o que se baña cada diez días, o que es hijo único de padres añosos y achacados; pequeñeces, en fin), NO SE DEJE MENTIR: dude, investigue, husmee y fisgonee en sus intimidades, bolsillos incluidos. Y no le mienta usted, que es hoy la víctima de sus propios engaños y autoengaños.

Causales de divorcio

(de Manual de instrucciones para Recién Separadas)

Todos sabemos que la incompatibilidad de caracteres es una de las principales causas de separación.
Lo que pasa es que al principio ambos están tan ocupados tratando de atraerse mutuamente que no se dan cuenta de que no son compatibles, y además mienten como si decir la verdad fuera pecado. Si ella se enteraba de que a él le gustaba Wagner, ella AMABA a Wagner aunque no supiera quién era ese tipo. Si él se enteraba de que ella amaba los gatos, él los ADORABA, aunque después estuviera tres meses lleno de canchas porque en realidad les tenía alergia. ¿Una contradicción? Jamás. ¿Opiniones distintas? Nunca, nunca. El uno para el otro, el talle justo, la medida exacta y una eterna sonrisa como de propaganda de dentífrico cada vez que se encontraban.
¿Cómo no iban a separarse, entonces? Si su relación, pasado el entusiasmo inicial, la luna de miel o cualquier hecho que los haya forzado a despertarse y acostarse juntos por más de una semana, fue una larga pelea a quinientos rounds, a saber:
Beethoven vs. regatón.
Borges vs. revista Caras.
Fútbol vs. ballet.
Higiene vs. mugre.
Elegancia vs. mal gusto congénito.
Neurosis vs. psicosis.
Champagne vs. agua mineral.
Con dos frazadas vs. destapado.
Con luz vs. sin luz.
Con hijos vs. sin hijos.
Ultraderecha vs. izquierda intelectual.
New Agge vs. heavy metal.
Ravioles con tuco y crema vs. zanahoria rallada y yoghurt con salvado.
Y muchos "versus" más, tantos como "versos" se hicieron mutuamente al iniciar su romance. Moraleja: no hay como ser amado tal como uno es, y no ser como uno cree que debe ser para que lo amen, ¿me explico? La INCOMPATIBILIDAD DE CARACTERES, entonces, no es más que una mentira mutua del tamaño de un meteorito, que tarde o temprano cae por su propio peso. Casi siempre encima nuestro, para hacernos reaccionar. Como la manzana de Newton.
(Continúa en el libro...)

Cómo prepararse para la separación

(de mi fanpage del Manual de instrucciones para Recién Separadas en Facebook)

Una fan de la página me contó que se está preparando para ser R.S., y la verdad, me dejó pensando en cómo a veces insistimos en negar, aunque sea de la boca para afuera, que la pareja no va más y se avecina la separación.
Porque no hay separaciones sorpresivas. Todos los que hemos pasado por una ruptura (y a TODOS nos ha tocado alguna vez) sabemos bien que hay señales previas más o menos evidentes de que el barco se está yendo a pique. ¿Y qué hacemos? En lugar de ponernos el salvavidas y prepararnos para saltar, nos ponemos a sacar el agua con un jarrito, y en el colmo de la estupidez, cuando nos damos cuenta de que alguien nos mira simulamos regar las macetas.
Cuánto dolor nos evitaríamos si en lugar de ocultarnos la realidad nos sentáramos a conversar con el otro sobre la mejor manera de terminar la relación. Si nos decidiéramos a darle un final digno a esa relación que en algún momento nos hizo felices. Si nos despojáramos de los mandatos familiares, o sociales, que nos incitan a la confrontación, y nos abriéramos a la negociación.
No hace demasiado tiempo, a los enfermos desahuciados se los preparaba para el “buen morir” ayudándolos a resignarse, induciéndolos al perdón y la reconciliación con sus parientes y amigos, haciéndoles ver la conveniencia de poner en orden sus asuntos legales. Hoy, en cambio, la medicina se ha erigido en Dios y en lugar de aceptar la muerte la posterga con todos los medios a su alcance, algunos indignos e inhumanos.
Y esto último es lo que nos pasa frente a la separación: en lugar de resignarnos, aceptar que un ciclo se ha terminado, perdonar y solucionar nuestros asuntos legales con tranquilidad, nos enredamos en una larga agonía de a dos, en una guerra mezquina para ver quién se queda con más, sin darnos cuenta de que estamos demorando, solamente demorando, lo que tanto tememos: el final.
Mientras sea posible, a la pareja hay que intentar salvarla. Pero cuando ya no hay marcha atrás (y cuando uno de los dos dejó de querer, ya no hay marcha atrás), hay que procurarle, por el bien de nuestra propia salud mental, un “buen morir”.
Y cuando llegue el momento del último adiós, hacer como en los velorios de antes: un poco de llanto y de rezos, otro poco de anécdotas de tiempos felices, una ginebra por acá, un cafecito por allá, comida y bebida abundante para los parientes que vienen de lejos, y el finado durmiendo el sueño de los justos mientras a su alrededor, la vida sigue.

El maquillaje ideal para la Recién Separada

(de mi fanpage del Manual de instrucciones para Recién Separadas en Facebook)

Aprovecho que me han dejado un aviso aquí sobre una escuela de maquillaje para reflexionar junto a las R.S. sobre cómo debemos lucir en esta etapa tan especial de la vida.
Vamos primero a lo que no debe faltar en nuestro arsenal cosmético: el corrector de ojeras. Hay que tener varios y de distintos tonos, porque según la hora del día y/o las lágrimas que llevemos derramadas, nuestras ojeras irán desde un magenta suave al color berenjena. Lamento decirle, querida amiga, que la tiza mojada no sirve y el crayón blanco de los chicos, menos. Se va a tener que comprar unos buenos lápices correctores de ojeras de los más caros, si quiere que su rostro parezca descansado y saludable.
Una vez que haya cubierto sus ojeras, le vendría bien una base de maquillaje que le dé a su piel el aspecto aterciopelado que seguramente ha perdido. Y tal vez un poquito de rubor. No demasiado, no es cuestión de tener los cachetes colorados como el príncipe Carlos de Inglaterra.
Ahora vamos a los ojos. Rimmel a prueba de maremotos, porque una no sabe cuándo, cómo ni dónde se acordará de algo que le humedecerá los ojos de bronca, de tristeza o de nostalgia. Para la sombra, evite los colores tristes como el gris o la gama de los marrones, que la harán verse más melancólica.
Para la boca, elija un rouge discreto que resalte las forma de sus labios y le levante el ánimo, pero huya del colorado rabioso porque pueden pensar que anda buscando guerra, y no es cuestión. A menos que usted quiera buscar guerra, por supuesto, que está en todo su derecho y no seré yo quien se lo impida.
Si tiene más de 25, tampoco le aconsejo el morado o el negro; ya está grandecita para hacerse la gótica, o la dark, o la flogger.
Para las R.S., el maquillaje puede ser un buen aliado. La cara lavada no es para cualquiera porque nos deja el alma al descubierto, y cuando el alma anda de capa caída lo mejor que podemos hacer es darle una mano al espejo y pintarnos un poco. Un poquito, aunque sea. Con unos sabios toques de color y una sonrisa, la realidad es más llevadera. Y nuestra cara también, para los demás y para nosotras mismas.