martes, 16 de noviembre de 2010

Mi hombre ideal

Hace más de un año leí una nota de Ana Cecilia Vera sobre cómo reconocer a nuestra pareja ideal, en la que entendí por qué muchas veces no la encontramos: porque no tenemos claro qué queremos de la vida.
La mayoría de las mujeres vemos y vivimos el amor, o lo hemos hecho en algún momento, de una manera novelesca, ya se trate de una novelita rosa o de un melodrama como Lo que el viento se llevó, o Cumbres Borrascosas. Y mientras malgastamos tiempo y energías intentando domesticar al ingobernable, avivar al gil, convertir en superhéroe al pusilánime (o viceversa) o robarle el novio a la vecina, no vemos pasar, porque no estamos preparadas para verlo, al hombre ideal, ese que sería capaz de acunar nuestro corazón entre sus brazos y de hacernos sentir felices para siempre.
Cuando leí el artículo de Ana y me puse a pensar en mi propia vida amorosa, llegué a la conclusión de que me había limitado a dejarme llevar por el destino como si este fuera una fuerza sobrenatural a la que no podía oponerle ningún tipo de resistencia.
Les cuento. Siempre me gustó, por decirlo de alguna manera, el peor del grado. Donde había un muchachito despeinado, mal alumno, revoltoso y seductor, ahí caía la Fernández muerta de amor por el engendro, que la mayoría de las veces ni siquiera se enteró de mi existencia.
Hasta que llegó ÉL, el emperador de los atorrantes y de los rebeldes sin causa, que no sólo me vio (es un decir, era miope y no usaba anteojos) sino que ipso facto decidió seducirme, previo hacer una apuesta con sus amigos. Yo tenía 18 años recién estrenados, él también, y durante 25 años me tuvo a sus pies con un solo chasquido de sus dedos, pronta a cumplir sus deseos confesables o inconfesables y a disculpar hasta la última de sus tropelías.
Después del adiós final, y de haberme gastado la lengua de tanto lamerme las heridas, me prometí que hasta que no estuviera preparada para enamorarme de otro tipo de hombre... ¡no habría más hombres en mi vida!, promesa que vengo cumpliendo prolijamente desde hace seis años, más o menos.
No más hombres para mí hasta que no me guste otro tipo de hombre, eso fue lo que me dije. Pero en ningún momento me puse a pensar qué tipo de hombre sería el mejor para mí, así que, aprovechando las preguntas sugeridas por Ana para definir a nuestra pareja ideal, lo voy a hacer ahora mismo, en vivo y en directo, para regocijo o espanto de mis lectores:

1. ¿Cuáles son las características negativas que NO quieres en una pareja?

Mentiroso, vago (de vagancia), sucio, maleducado, agresivo, racista, fumador, alcohólico, jugador, amanerado, egocéntrico, adicto al trabajo, adicto a cualquier cosa, irresponsable, deshonesto, corrupto, mal ciudadano, cazador (de cazar, matar animales), tacaño, físicamente débil, psicológicamente débil, depresivo, pesimista, mala onda, quisquilloso, histérico, maníaco, ansioso, melancólico, huraño, inseguro, sexópata, bisexual, impotente, eyaculador precoz, gritón, mujeriego, solterón, amante de la velocidad, hipocondríaco, celoso, mafioso, narcotraficante, policía, ladrón, político, abogado, que le guste el heavy metal, que le guste el cuarteto, que sea de extrema izquierda o de extrema derecha, que sea ateo, que sea demasiado religioso, que sea hijo único y sostén de padres añosos, que tenga dentadura postiza, que sea lo bastante viejo como para ser mi papá, que sea lo bastante joven como para ser mi hijo.

2. ¿Cuáles son las características negativas tuyas que quieres erradicar en tu próxima relación de pareja?

Celosa, dependiente, sumisa, desconfiada.

¿Cuáles son las características positivas que quieres que tenga tu pareja?

Alegre, inteligente, trabajador, limpio, educado, tranquilo, generoso, buen ciudadano, responsable, honesto, idealista, optimista, físicamente fuerte y saludable, buen amante, psicológicamente estable, comunicativo, positivo, seguro de sí mismo, fiel, grandote pero no gordo, piel trigueña, alto, caballero, buen conversador, lector, que le guste cocinar, adinerado, culto pero no demasiado (los intelectuales suelen ser pedantes), altruista, que le guste la ecología, intelectualmente curioso, que le guste aprender cosas nuevas, que quiera incursionar en el sexo tántrico, entusiasta, que maneje despacio y sea prudente, hábil con el taladro, el destornillador y demás herramientas, hábil con el pico y la pala, que tenga conocimientos de albañilería, plomería y electricidad, que sepa hacer masajes descontracturantes, que tenga una casa rodante para llevarme de viaje por todo el país, que no ronque, que le gusten los animales, que me haga regalos útiles y pague mis cuentas, viudo o separado desde hace mucho, sin hijos o con hijos grandes, y en lo posible, huérfano. Y que no fume, no beba y no se drogue.

3. ¿Cuáles son las características positivas que te falta incorporar en tu persona que sumarían en tu próxima relación de pareja?

Ser más abierta para comunicar mis sentimientos, no encerrarme en el mutismo cuando me siento herida o molesta por algo esperando que el otro adivine qué me pasa. Mejorar mi estado físico para estar más ágil y flexible, así la propuesta deshonesta no me agarra desprevenida.

4. ¿Qué quiero de una relación de pareja?

Quiero una relación en la que me pueda sentir relajada, alegre y confiada, en la que se respeten mis espacios y tiempos personales y no me invadan ni me demanden demasiada atención, y en la que los dos seamos independientes y podamos cultivar nuestros propios intereses, aunque no los compartamos. Quiero apoyo moral y económico, porque a veces me canso de vivir al día. Quiero compartir experiencias físicas y emocionales enriquecedoras y saludables. Quiero enamorarme, entusiasmarme como una adolescente pero por alguien que valga la pena y me haga sentir feliz, y a quien yo haga sentir feliz. Quiero poder acostarme en invierno con un piyama grueso y un buen libro, y leer con la cabeza apoyada en un hombro masculino sin sentirme obligada a mostrarme sexy todo el tiempo.

* * *

Posiblemente me han quedado cosas en el tintero, pero creo que con esto alcanza para esbozar a mi hombre ideal.
Y si de verdad la ley de atracción funciona, después de lanzar al universo semejante pedido lo menos que se me tiene que aparecer en la puerta es un minibus convertido en casa rodante del que descienda, con un queso gruyere entero en una mano y una notebook en la otra, ambos envueltos para regalo, un candidato con la pinta de Facundo Arana pero un poquitín más fornido, con el humor y la ternura de Robin Williams (el actor de Patch Adams, no el cantante), la solidez moral de Charles Ingalls, las habilidades culinarias de Carlos Arguiñano, el altruismo del Dr. Favaloro, el amor por los animales del Dr. Tracy de la serie Daktari, la inteligencia de mi papá, la fortaleza física y emocional de mi ex, y la billetera y la generosidad con sus mujeres de Franco Macri.
Con menos de eso, no me conformo.
Porque si he llegado a los cincuenta arreglando enchufes, cerraduras que se traban y canillas que pierden, hachando leña, cortando el pasto, pintando paredes, ganándome el pan mío y el balanceado de mis perras con el sudor de mi frente, y aquí estoy, viva, feliz y entera, y si aprendí a fuerza de caídas que hay zapatos que no sirven para caminar, puedo dar fe de que aquello de “más vale solo que mal acompañado” es muy, muy cierto.

PD: Ani Vera, te dedico este post con amor y humor...

martes, 31 de agosto de 2010

Tips para compartir la casa con su ex


(de Manual de instrucciones para Recién Separadas)

Hay de todo en las viñas del señor, hasta separados que viven juntos.
Puede ser porque la casa es tan valiosa que ninguno de los dos se quiere ir, o porque el hombre no gana lo suficiente como para alquilarse una casa, mantenerse y pagar la cuota alimentaria. O porque se han acostumbrado a molestarse mutuamente y no conocen otra forma de relacionarse. O porque son co-dependientes...
Cualquiera sea la causa, lo cierto es que conviven y lo que es peor, a veces hasta duermen en la misma cama. Y no es sencillo; es una convivencia que requiere diez toneladas de flema inglesa, el pragmatismo amoroso de los holandeses, un master en PNL y una licenciatura en filosofía Zen.
Pero como somos gente común y corriente y no tenemos nada de eso, aquí van unos consejitos por si alguna vez le toca; con las crisis mundiales y su efecto en el bolsillo, nunca se sabe...

1) Si la casa es grande, podrán tener cuartos separados. Para las zonas de uso compartido (cocina, baño) haga de cuenta que está en un hostel y pacte con su ex los horarios de uso, aunque lo ideal sería convertir la casa en dos viviendas independientes. Esta opción es comodísima: los chicos, para estar con su papá, sólo tienen que salir por una puerta y entrar por otra. Y todos felices, o casi.

2) Si no tiene más remedio que compartir el dormitorio, cambie la cama grande por dos de una plaza. Para mayor intimidad, puede separarlas con un biombo o una cortina, como en los hospitales.

2) Sería bueno aclararle a su ex que no es un huésped, ni usted su sirvienta, y que deberá lavar cada plato que ensucie, secar el baño, tenderse su cama, lavarse la ropa y planchársela. Y cocinar día por medio.

3) Opciones a la hora de dormir para no compartir la habitación. La clásica: usted en la cama, él en el sofá del living. Si no hay sofá, habrá que armarle un catre. Si no hay espacio para el catre, puede agregar una cucheta en el cuarto de los chicos. Si no hay lugar para cuchetas, a dormir a la bañera. Si no hay bañera, ármele una cama dentro del placard, debajo de la mesa o en cualquier lugar donde no estorbe el paso.

4) Si él insiste en compartir la cama grande, puede irse usted. Dormirá incómoda, pero tranquila.

Si ninguno de los dos quiere renunciar a la cama grande, pruebe alguno de estos trucos para mantenerlo lejos:

1) Consígase un almohadón cilíndrico bien largo, de esos que se usan como respaldo de sofá, sáquele un poco de relleno, métale a presión unas cuantas piedras y póngalo entre usted y él.

2) Cómprese un rottweiler ya crecidito y hágalo dormir en el medio de la cama.

3) Saque de la biblioteca todas las enciclopedias y diccionarios que tenga, y divida la cama en dos con una sólida barricada de libros.

4) Hay otra opción, pero es medio asquerosa: no se bañe, no se lave los dientes, no cambie las sábanas, coma guisos todas las noches y tírese sin ningún pudor gases nauseabundos hasta que él, obligado por el hedor, decida abandonar la cama y se vaya a dormir a otra parte. El fin justifica los medios...

jueves, 19 de agosto de 2010

Abrazos

Acabo de llegar a casa. Vengo de trabajar en la biblioteca, son las 13:20 del mediodía y tendría que ponerme a cocinar y limpiar, como siempre.
Pero hoy tengo ganas de escribir, ya, ahora. Así que voy a engañar al estómago con una manzana y después veremos. Los pisos tendrán que esperar, también, y el lavarropas, y todo lo impostergable que termina matando mi inspiración porque cuando por fin puedo sentarme frente a la computadora, las ideas ya no están.
Lo que me despertó las ganas, la ansiedad, la necesidad de escribir, fue algo intrascendente, según cómo se lo mire. Hace un rato, cuando venía subiendo por la calle que pasa frente al colegio de las monjas, vi a un papá despedirse de su hijo en la vereda. El nene no tenía más de seis años, y el papá lo abrazó largo y con fuerza, palmeándole suavemente la espalda. Fue una escena muy tierna, de esas que no se ven todos los días y que me gustaría poder conservar en una foto.
La cara del papá tenía una expresión reconcentrada, profunda, que conmovió a todas mis Gracielas.
La Gra escritora imaginó historias. El nene se estaba recuperando de una larga enfermedad y su papá lo había abrazado así al recordar el miedo de perderlo. El papá se iba de viaje, y el abrazo era su despedida. El papá no vivía con él porque estaba separado de la mamá, y extrañaba mucho a su hijo. El papá estaba enfermo, se iba a morir, y le quería dejar a su hijito un legado de amor y de abrazos que le durara toda la vida. El papá...
La Gra mujer y madre siguió caminando con los ojos llenos de lágrimas ante semejante demostración de ternura masculina. ¡Eso es un hombre, eso es un padre! Tuve que contenerme para no decírselo, para no felicitarlo por el recuerdo imborrable que le quedaría a su hijo. Porque los abrazos no se olvidan, y son uno de los mejores regalos que les podemos hacer a los seres queridos.
La Gra “sicóloga que no fue” porque se acobardó en las primeras materias (algún día les contaré), pero que todavía me rasca las neuronas de vez en cuando, y la Gra ciudadana responsable, se quedaron pensando en lo bien que andaría el mundo si todos los padres demostraran físicamente su amor más seguido. Y si lo hicieran de corazón y tomándose su tiempo, y no como un acto reflejo, automático.
Ya iba llegando a casa cuando la Gra escritora me sacudió de un brazo y gritó: ¡Quiero escribir! Quiero escribir sobre las cosas como ésta, sobre lo que me emociona todos los días, o me hace pensar. ¡Quiero escribir! Quiero escribir...
Así que acá estoy, escribiendo. Con hambre porque todavía no cociné, con la puerta abierta para que entren el sol y el aire, con los pelos de mis perras metiéndose debajo de los muebles porque todavía no pasé la aspiradora y la corriente de aire los lleva y los trae. Acá estoy, escribiendo en lugar de llamarla por teléfono a mi mamá para ver cómo está, y sin haber puesto el lavarropas en marcha.
Siempre fantaseo con irme a vivir a la punta de una montaña, sin teléfono, sin televisor y lejos de todo y de todos, para poder escribir tranquila. Pero sé que no sería la solución, porque me perdería la vida que me rodea, la vida del mundo, las vidas ajenas, los rostros, las palabras, ese gran teatro de pasiones y emociones de las que se nutre el escritor.
Me perdería ver abrazos como el que vi hoy, que hizo que el cansancio, las dudas, la vocación, la lucha, tengan sentido. Si hubiera pasado por ahí un minuto antes, o uno después, tal vez hubiera visto en su lugar la despedida indiferente de una madre que parecía feliz de sacarse de encima a su hijo. Pero vi ese abrazo, y mi día se iluminó. Y mi corazón se llenó de entusiasmo, y me dieron más ganas de quedarme acá, entre la gente.

(Ilustración: Fotografía de cubierta de Padres e hijos (Ediciones El Cobre), titulada El marido de la fotógrafa y su hijo, de Eveleen Myers.)

lunes, 16 de agosto de 2010

Libros eran los de antes

Ya lo había notado hace mucho, pero desde que trabajo en la biblioteca lo confirmo todos los días: muchos de los libros que se editan actualmente se deshojan como margarita de enamorado con la segunda lectura... y a veces, con la primera.
Bueno, lo de actualmente es un decir. Digamos que a partir de la década del 70, las ediciones empezaron a perder calidad. Recuerdo varios best seller de aquellos tiempos que pasaron por mis manos; cuando los quise releer, las páginas se iban despegando una tras otra y tenía que hacer malabarismos para que se mantuvieran en su lugar. Y no los habían hecho en imprentas de barrio: eran de grandes editoriales. Igual que ahora. Si yo tuviera una editorial me daría vergüenza vender libros descartables, por más ediciones de bolsillo que fueran.
El viernes ingresé en el inventario de la biblioteca un libro editado en 1886. Hace 114 años. Estaba impecable: hojas claras y sin manchas, tapas duras con relieves dorados, letra de trazo fino, muy legible, y la encuadernación cosida era un lujo. ¿Cómo puede ser que hoy, cuando se supone que los avances tecnológicos nos permiten hacer las cosas mejor que antes, las editoriales nos vendan porquerías, libros que no se pueden prestar en una biblioteca pública porque literalmente se desarman?
Tengo en casa, y hay a montones en la biblioteca, libros de ediciones económicas de los años 40, ó 50 que, aunque tienen las páginas amarillas y la letra muy chica, no han perdido una sola hoja porque las tienen firmemente cosidas. Llegará el día en que ya no se los pueda leer, pero morirán enteros. En ese formato de tapas frágiles y papel ordinario se editaron los mejores títulos de la literatura universal, poniéndolos al alcance de los bolsillos más humildes.
¡Con cuanto orgullo esas editoriales ofrecían una edición semanal, apenas por unos centavos! Hoy, en cambio, los libros están cada vez más caros, y bajo la pretenciosa calidad de sus tapas a todo color se esconde un producto que en menos que canta un gallo irá a parar a la basura porque estará tan deteriorado que no valdrá la pena conservarlo, y que no tendrá arreglo.
Triste final, sobre todo para un libro. Y pobres de nosotros los autores, porque salvo que consigamos ser famosos como Borges y que se nos siga reeditando, nos perderemos en el olvido más absoluto sin que nadie tenga la posibilidad de descubrirnos, dentro de diez años, o de veinte, o de cien, en algún estante olvidado.

jueves, 15 de julio de 2010

El matrimonio gay y las Recién Separadas

(de mi fanpage del Manual de instrucciones para Recién Separadas en Facebook)

Ay, chicas, como éramos pocas pronto se agregarán a nuestras lides los esposas y las esposos de los matrimonios homosexuales que terminarán en divorcio.
No hay ningún error, leyeron bien: LOS esposas y LAS esposos, eso escribí. Es que con esto del matrimonio entre personas del mismo sexo, capaz que tengamos que reveer también la cuestión de los roles dentro de la pareja legalmente casada, que antes estaban de lo más claros: el marido, la mujer, y ahí paramos de contar.
No hace demasiados años que los más evolucionados dejaron de lllamar a su cónyuge esposo o esposa, y comenzaron a llamarlo simplemente "pareja". Esto se daba (y se da), sobre todo, en las uniones de quienes no han pasado por el registro civil. Uno dice "mi pareja", y queda de alguna manera implícito que se acuesta con esa persona, o vive con ella, pero que no está formalmente casado. Bueno, ahora con el matrimonio igualitario se acabaron los maridos y mujeres, los esposos y esposas: todos, supongo, pasaremos a ser "pareja" o "cónyuge" a secas, sin distinción de sexo. Como para no errarle. O habrá matrimonios con dos esposas y ningún esposo, y viceversa.
A mí, lo de andar diciendo "mi marido" siempre me sonó más a declaración de ser propietaria de un macho proveedor que a otra cosa. Y lo de "pareja" me gusta, porque pone la unión, la paridad, por encima de la propiedad. Así que si es por mí, pueden ir derogando ya mismo las palabras marido, esposo, esposa, mujer o señora, y que todos seamos simplemente la "pareja" de alguien. Cónyuge no, suena feo. "Te presento a mi cónyuge...", "Dejame consultarlo con mi cónyuge..." "Mi ex cónyuge..." Naaaa, prefiero pareja, nomás.
Eso sí: creo que voy a tener que retocar el libro antes de reeditarlo, para ponerme a tono con los nuevos tiempos. Por lo menos acá en Argentina. Voy a tener que eliminar la palabra "marido " y reemplazarla por "pareja", para que sea más universal.
¡Por una ver en mi vida, tengo que anticiparme a los hechos! Porque cuando empiece el aluvión de divorcios gays, mi libro tiene que estar al alcance de todas las RS, sean del sexo que sean.

jueves, 1 de julio de 2010

¿Qué podemos encontrar en la cama de una Recién Separada?

(de Manual de instrucciones para Recién Separadas)

Bien lo dice Serrat en una de sus canciones más bellas: Romance de Curro el Palmo:
"Ay, mi amor, sin ti no entiendo el despertar
ay, mi amor, sin tí mi cama es anchaaaa..."

Cuando él se va, queda un espacio vacío que hay que llenar con algo para que su ausencia no sea tan evidente. Es por eso que, con el paso de los días, la cama de la R.S. puede llegar a albergar una o varias de estas cosas, o todas juntas, en relación directamente proporcional con el volumen del ausente.
A saber:

1) Almohadones, almohaditas, ositos de peluche y mantas decorativas que, oh casualidad, al hacerlas a un lado para acostarse se disponen por sí mismas formando un bulto largo y con forma humanoide.
2) Libros, diarios y revistas.
3) Cds de música con su correspondiente reproductor, radiograbador que le dicen.
4) La notebook, papeles y lapiceras, apuntes de la facultad.
5) Cajas de bombones, etiquetas de cigarrillo, y bien resguardada por dos almohadones, una botella de licor de chocolate.
6) Los huesos de juguete del perro, la manta del perro... y el perro.
7) Ídem el punto anterior, pero con el gato.
8) El tejido, las madejas de lana, las agujas y la revista de la que sacó el modelo que está tejiendo.
9) El equipo completo para hacerse las manos y los pies, más la pincita de depilar y el espejo con aumento.
10) En medio de todo eso: el control remoto de la TV y la video, las gotas para la nariz, los anteojos de leer, el teléfono celular, los pañuelos descartables, la ropa que se sacó al acostarse, la que se pondrá al día siguiente, la que sacó para ver cómo le quedaba y no volvió a guardar, una caja con fotos de cuando eran novios (y sí, somos masoquistas, a veces...) y la bandeja para comer en la cama.

Hay otros objetos que tienen por finalidad suplir alguna carencia afectiva o física, como la bolsa de agua caliente en lugar de sus pies para calentar los nuestros. Y lo dejamos acá, porque no quiero meterme en terreno pantanoso...

domingo, 27 de junio de 2010

Cómo aprovechar las distracciones futboleras de los hombres

(de mi fanpage del Manual de instrucciones para Recién Separadas en Facebook)

En estos días de varones obnubilados por el fixture, los arbitrajes, las cábalas y la taquicardia pre y post tiro de esquina, las mujeres podemos hacer cambios en nuestra anatomía y en el entorno familiar sin que a ellos se les mueva un pelo, porque no se van a dar cuenta. En otras palabras: él romperá menos las pelotas, porque estará estúpido mirando LA pelota.

Anoten, chicas, todo lo que podemos hacer:
1) Contratar un profesional para que termine de pintar la pieza de los chicos, esa que él dejó por la mitad y quedó como si la hubiera lamido una vaca.
2) Teñirnos, hacernos la permanente o esculpirnos las uñas sin tener que aguantar sus protestas por lo que gastamos o por lo mal que según él nos queda.
3) Cambiar el pesado juego de comedor de estilo barroco, herencia de la bisabuela de él, por uno más moderno, fácil de limpiar y que ocupe menos espacio
4) Renovar en el jardín las petunias, pensamientos, violetas de los Alpes y todas esas plantas delicadas y coloridas que él odia, y que nos destroza cada vez que juega con el perro o corta el pasto.
5) Coquetear con el electricista para que, además de cambiar los tomacorrientes de la cocina, por el mismo precio nos ponga un par de farolas en el jardín.
6) Adoptar un gato o perro callejero. Es más, el bicho podrá tirarse a dormir en el sofá junto a él mientras mira el partido, que no lo va a registrar.
7) Hacer dieta. Cada vez que con la excusa de mirar un partido él se vaya a comer un asado con los amigos, podemos aprovechar para desintoxicarnos con verduritas al vapor, arroz integral y ensalada de ajo y achicoria.
8) Si él acostumbra mirar los partidos en casa y no lo soportamos, pedirle a alguno de sus amigos que lo invite a verlos en un bar; es la única forma de que nosotras los podamos ver tranquilas sin que nos taladre los oídos con sus gritos de cavernícola en celo ante cada jugada peligrosa.

Una R.S. también podrá obtener algunas ventajas durante el mundial, aunque no tan notorias:

1) Si tiene hijos varones, seguramente su ex querrá tenerlos con él cuando vea los partidos. Aproveche para quebrantar el riguroso régimen de visitas que fijó la justicia y déjelo que se lleve a los nenes a la hora que quiera, y el día que quiera; cuando usted necesite que le devuelva la atención quedándose con los chicos un día que no le corresponda, él no se podrá negar. Y si se niega, con recordarle que usted ya fue generosa durante el mundial tendrá con qué negociar.

2) Si su ex no se los pide para ver el partido con ellos pero el papá de él, el abuelo de los chicos, es futbolero, dígale que los nietos estarían contentísimos de ver el partido con el nono y mándeselos vestidos para la ocasión, camisetas y cornetas incluidas. Y usted, descanse y mire el partido en paz, o aproveche para hacerse una limpieza de cutis, darse un baño de pies con sales relajantes, depilarse los bigotes con cera y todas esas cosas que los chicos no la dejan hacer tranquila.

3) Cada vez que gane la selección de su país, aproveche el estado de euforia de su ex (y el suyo propio) para pedirle con una sonrisa plata, o zapatos para los chicos, o cualquier cosa que necesite. Si lo agarra en caliente y con el grito de gol todavía resonándole en los oídos, puede que le sea más fácil convencerlo o sacarle unos pesos extra.

Pero si él se desaparece durante todo el mes porque está tan ocupado viendo los partidos que ni se acuerda de sus hijos, no le quedará otra que llenar el hueco lo mejor que pueda. Mi consejo es que respire hondo, se relaje y disfrute con los chicos el mundial, salga a gritar a la vereda con ellos, invite a los amiguitos a ver el partido con ustedes y toque la vuvuzela a todo pulmón. Sus hijos tendrán un recuerdo hermoso de su mamá, la pasarán bien y sufrirán menos la ausencia del padre.

domingo, 2 de mayo de 2010

Dónde encontrar libros especiales

Hoy me llegó este mail:
Hola, perdón por escribirte por este medio, somos una red de librerías de usados www.buscaslibros.com y estamos recopilando información sobre blogs literarios para publicarlos en nuestra página. Ya hemos registrado tu blog para compartirlo con nuestros usuarios dentro de poco. Saludos y si buscas libros agotados, raros, etc, te esperamos por allá!

Enseguida visité la página y el blog de Buscalibros, porque la invitación era demasiado tentadora: en un mismo lugar, un listado de blogs literarios y la posibilidad de encontrar ese libro agotado que necesitamos para una investigación, para completar una colección o sólo por el placer de leerlo.

Amo las librerías de viejo, en las que siempre encuentro lo que busco y a precios más acordes a mi economía que en las otras, las librerías comunes. Fue en una librería de saldos donde conseguí, al irrisorio precio de diez pesos (menos de tres dólares), "La edad de la franqueza", de P.D.James, el único libro de esa autora inglesa que le faltaba a Ricardo Bada, mi amigo escritor de Colonia, Alemania. Usado, pero como nuevo. El dueño de la librería me había dicho que no lo tenían, pero algo me llevó a revisar el anaquel donde finalmente lo hallé, camuflado entre novelas rosas. Fue verlo y gritar !Acá está! con tono triunfal, como si me hubiera encontrado algún incunable. A ese mismo libro lo había comprado para mí hacía cuatro años como saldo editorial, nuevo y todavía más barato: cuatro pesos, por ese entonces menos de dos dólares.

Buscalibros.com, la red de librerías de usado argentinas que incluirá mi blog en su sitio web, es una muestra más de lo magnífica que es internet para simplificarnos la vida y poner al alcance de todos el conocimiento y la cultura. Bienvenida sea, y que la página siga incorporando librerías de todo el país. ¡Y por qué no, de todo el mundo!

viernes, 23 de abril de 2010

Charla - debate sobre mi libro en "Sólo porque quiero"

(de mi fanpage del Manual de instrucciones para Recién Separadas en Facebook)

Hace unos días me descubrió acá en Facebook Fernando Ortiz, creador de “Sólo porque quiero”, un multiespacio pensado para gente piola que quiere estar en buena compañía y hacer cosas que le gustan. Fernando entró a la página del Manual, le interesó lo que leyó, me contactó y me invitó a participar en uno de sus miércoles temáticos. Y allá fui.

A eso de las diez, cuando llegaron las empanadas, el grupo era lo bastante grande como para colmar el espacioso living, cerca de 30 personas. Algunos ya se conocían de encuentros anteriores, otros era la primera vez que venían, pero todos tenían algo en común, que se notaba en el ambiente: las ganas de pasarla bien, de distenderse, de tomarse un recreo.

Después de la presentación del invitado (¡yo!) con un video alusivo, una paquetería que me hizo sentir de lo más importante, les conté algo sobre mí: cómo había escrito el libro y lo había editado, mis expectativas y lo que había pasado con los lectores, y enseguida comenzó el intercambio de opiniones. Fernando y Verónica Minardi eran los encargados de moderar, algo que por momentos se hacía difícil en medio de las risas, las bromas o las protestas cuando alguien decía algo que los demás no compartían.

Hernán Lanvers, escritor cordobés que había estado el miércoles anterior hablando sobre sus novelas y sus experiencias en África, fue uno de los primeros en hacernos poner el grito en el cielo a las mujeres: según él, cuando uno consigue lo que quería el deseo muere y entonces tiene que buscar otro objeto de deseo. A partir de ahí, los que se animaron a opinar se explayaron y el debate fue tomando color, y calor. Nadie parecía querer quedarse callado. Ni les cuento lo que fue cuando hablamos de “la otra”, el tema más polémico de la noche.

Sé que todos nos fuimos con algo en qué pensar. A mí, personalmente, la charla me sirvió para corroborar cuánto nos cuesta entender que hombres y mujeres somos diferentes. No mejores, ni peores, diferentes. Si de verdad lo entendiéramos, no esperaríamos cosas que el otro no puede o no sabe dar.

Y cuánto nos cuesta (digo “nos” porque me incluyo) escuchar. Escuchamos pensando en cómo responder, en lugar de prestarle atención a lo que el otro está diciendo. Lo hacemos en todos los ámbitos de la vida, con todas nuestras relaciones, incluida, por supuesto, la pareja. Si aprendiéramos a escuchar con el corazón, sin sentirnos obligados a refutar lo que el otro dijo, ni a convencerlo de que está equivocado, ni a darle nuestra propia opinión, seguramente no habría tantos desencuentros... ni tantas recién separadas.

Pero como las hay, y como me hace bien levantarles el ánimo, sigo tomando nota de lo que veo y escucho para la próxima edición del libro, corregida y aumentada.

domingo, 18 de abril de 2010

El uso correcto del gerundio

Muchos escritores y correctores defenestran al pobre gerundio como si fuera una aberración de la lengua, o casi, y aseguran que es vulgar y poco elegante.
Pero resulta que cuando queremos conseguir un tono coloquial, el gerundio puede ser insustituible. No es lo mismo decir “la más chica anda noviando” que “la más chica tiene novio”. Ese “anda noviando”, más ligado a lo afectivo que a lo formal, nos remite a la nostalgia del padre que se da cuenta de cómo han crecido sus hijos, o a las primeras experiencias amorosas vistas desde la perspectiva del adulto, mientras que “la más chica tiene novio” es apenas un dato informativo. Sutilezas de sentido como ésta son las que puede ayudarnos a conseguir el gerundio, siempre y cuando sepamos cómo usarlo y dosificarlo.
Para los que tengan dudas sobre cómo y cuándo se puede “gerundiar” sin pasar vergüenza, aquí va la regla de oro:

Cuando menciono dos acciones que se pueden realizar al mismo tiempo, usar gerundios es correcto.

Es tan simple... que hay quienes no lo entienden. Vamos a los ejemplos.

* Caminaba cantando. ¿Se puede caminar y cantar al mismo tiempo? Sí.
* Iba pensando. ¿Se puede ir hacia algún lugar y pensar al mismo tiempo? Sí.
* Entró llorando.
* Pasó volando.

En todos estos casos, el gerundio está usado correctamente.

* Se promulgó una ley regulando la caza de palomas.
¿Se puede promulgar una ley y regular una actividad al mismo tiempo? No.
Expresión correcta: Se promulgó una ley QUE REGULA la caza de palomas.

* Se agachó atándose los cordones.
¿Puede uno agacharse y atarse los cordones al mismo tiempo? No.
Expresión correcta: Se agachó y SE ATÓ los cordones.

* Suspiró bebiendo un trago de vodka.
¿Puede alguien suspirar y beber al mismo tiempo? ¡Pruebe y después me cuenta!
Expresión correcta: Suspiró y BEBIÓ un trago de vodka.

Someta a todos sus gerundios a esta prueba, y difícilmente se equivoque al usarlos.

En cuanto a la cantidad aceptable, bastará con fijarse en el cantito rimado que producen en el texto muchas palabras terminadas en ando – endo. Esto se aplica, en general, a todas las terminaciones: mente, ción, cida, etc., así que ante la duda, lea en voz alta.

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Más sobre AUTOCORRECCIÓN y CORRECCIÓN LITERARIA...

miércoles, 14 de abril de 2010

La moral retorcida de los moralistas

Como ya les conté, estoy catalogando libros en la biblioteca de Río Ceballos, donde todos los días pasan por mis manos desde best sellers archiconocidos hasta obras ignotas. Muchas veces sucede que para saber cómo clasificarlos tengo que darles una ojeada, lo que me permite espiar el contenido; si la categoría de voyeur literario existe, confieso que lo soy, y como muestra vaya lo que sigue.

Heme aquí frente a uno de esos libros a los que debo ojear, editado en 1954. Moral y Prole. Trata sobre los hijos y el matrimonio, el aborto, el control de la natalidad, las prácticas sexuales permitidas, todo enfocado desde el punto de vista de la moral cristiana. Pero mi ojo clínico, entrenado —a fuerza de convivir con un infiel— para leer subrepticiamente lo que no debe, encontró algunas perlas de esas que bien merecen un comentario, así que me traje el libro a casa para escribirlo como se debe: con conocimiento de causa.

Mientras leía la parte que había despertado mi curiosidad, no pude menos que imaginarme al autor como un viejo amargo de mirada torva y piel granujienta, flaco, esperpéntico y sin ningún atractivo erótico a la vista. Sólo alguien así podía regodearse con palabras melindrosas como concupiscencia, actos sexuales incompletos, y algo que me intrigó por su vaguedad: que cuando no podían concretar la unión perfecta (esto es, sin usar ningún método anticonceptivo natural o artificial), a los esposos les era lícito, y lo copio textual, “satisfacer un poco a la naturaleza sin llegar a saciarla. Les es lícito algo, sin llegar al todo”.

A la flauta, me dije, ¡este tipo es un precursor del sexo tántrico enmascarado! Pero no. Lo que el moralista proponía era, hablando en criollo, calentar la pava pero cuidando que el agua no hierva. No confundir con el coitus interruptus, que es pecado mortal. Satisfacer un poco la naturaleza es más sofisticado y requiere un autocontrol digno de un faquir, pero se supone que con la ayuda de Dios todo es posible. Y si los esposos saben sofrenarse y decir basta a tiempo, pueden besarse, abrazarse, estrujarse y excitarse un poquito, pero no demasiado, como para dar lugar a una “limitada complacencia” que no llegue al clímax. Como jueguito erótico suena interesante, pensé, pero como mandato moral me parece perverso.

“Lícitos son los actos impuros no ordenados al acto conyugal, siempre que no constituyan peligro próximo del deleite venéreo pleno y los mueva a realizarlos alguna causa justa, p.e., el fomento del mutuo acuerdo”, aclara una cita al pie de la página en un lenguaje diáfano y contundente que no deja lugar a dudas de lo que se quiso decir, o eso supone el que la escribió. ¡Deleite venéreo, qué asquerosidad, suena a intercambio de sífilis y gonorrea! Si esa es la claridad con que la iglesia adoctrina a sus fieles, se entiende que haya tanto cristiano desorientado...

Claro que el autor debe reconocer que estas relaciones incompletas despiertan recelo desde el punto de vista médico, “debido a que la naturaleza muy excitada o insatisfecha se perturba”. Es por eso que para no andarse con chiquitas recomienda la castidad lisa y llana, y en caso de no ser posible ésta, el control de la natalidad mediante el método del ritmo o de Ogino Knauss. Que es casi lo mismo, porque para no errarle hay que andar con el almanaque a cuestas y algo punzante en la mano para mantener alejado al quía en los días peligrosos.

Y para terminar, esta monstruosidad que, según el autor, aconsejaría la moral cristiana: si el marido obligara a la esposa mediante amenazas o maltratos a utilizar cualquier método de control de la natalidad no permitido por la iglesia (preservativo, etc.) y la esposa lo aceptara, ella no estaría cometiendo un pecado. Que es lo mismo que decirle a la pobrecita que Dios la dispensa de ir al infierno, pero que debe acceder a lo que el maltratador le pida porque es su marido y lo tendrá que aguantar y obedecer hasta que la muerte los separe.

Leyendo, uno siempre aprende. Y entre otras cosas, aprende a conocer los monstruos que habitan en la mente podrida de muchos que se alzan con el dedo acusador en alto, siempre dispuestos a señalar al prójimo caído pero ciegos ante su propia imbecilidad.

lunes, 12 de abril de 2010

Me mentiste, me engañaste...

(de mi fanpage del Manual de instrucciones para Recién Separadas en Facebook)

Si la incompatibilidad de caracteres tiene su origen en las mentiras mutuas, aquí van algunos consejitos para reconocer a los mentirosos.
Para empezar, desconfíe sanamente de los hombres que no hablan de sus cosas, no presentan a sus amigos y no dan el teléfono de su lugar de trabajo, y de los que tienen horarios y hábitos raros. Normalmente esconden algo, desde una mujer, o varias, o media docena de hijos, hasta lo más terrible que pueda imaginarse. El que no tiene nada que ocultar no anda haciéndose el misterioso... salvo que tenga alguna neurosis, lo hayan estafado y esté siempre en guardia o tenga complejo de inferioridad, defectos que lo vuelven poco recomendable.
La mentira, cuando una QUIERE verla, tiene el tamaño de un elefante y el olor de un filet de merluza. Es notoria, evidente y previsible. Preste mucha atención a los detalles, porque cada mentiroso tiene su estilo. Están el enredado (sus mentiras son con mucha gente, muchas cosas, muchas fechas, muchos detalles); el exagerado (cada ida a comprar cigarrillos es como la carrera París-Dakar, con beduinos y todo); el amnésico (no sabe, no contesta, no se acuerda...); y hasta el infantil, que se pone colorado, mira el piso y dice mentiras estúpidas, ridículas o compulsivas. Y algunos mezclan todos los estilos, cuando lo consideran necesario: son los mentirosos patológicos. Pero con éstos es mucho más fácil: no hay que creerles nada de lo que dicen. Nada, nada de nada. Pruebe y después me cuenta... cuánto tarda en volverse completamente loca. Porque los hombres NO SON todos iguales, como dice su mamá: para peor, están los mentirosos patológicos.
Pero aun sin llegar a tal extremo, si algún aspirante a marido intentara ocultarle sólo algunas cositas (que ronca, por ejemplo; o que se desayuna con vodka, o que se baña cada diez días, o que es hijo único de padres añosos y achacados; pequeñeces, en fin), NO SE DEJE MENTIR: dude, investigue, husmee y fisgonee en sus intimidades, bolsillos incluidos. Y no le mienta usted, que es hoy la víctima de sus propios engaños y autoengaños.

Causales de divorcio

(de Manual de instrucciones para Recién Separadas)

Todos sabemos que la incompatibilidad de caracteres es una de las principales causas de separación.
Lo que pasa es que al principio ambos están tan ocupados tratando de atraerse mutuamente que no se dan cuenta de que no son compatibles, y además mienten como si decir la verdad fuera pecado. Si ella se enteraba de que a él le gustaba Wagner, ella AMABA a Wagner aunque no supiera quién era ese tipo. Si él se enteraba de que ella amaba los gatos, él los ADORABA, aunque después estuviera tres meses lleno de canchas porque en realidad les tenía alergia. ¿Una contradicción? Jamás. ¿Opiniones distintas? Nunca, nunca. El uno para el otro, el talle justo, la medida exacta y una eterna sonrisa como de propaganda de dentífrico cada vez que se encontraban.
¿Cómo no iban a separarse, entonces? Si su relación, pasado el entusiasmo inicial, la luna de miel o cualquier hecho que los haya forzado a despertarse y acostarse juntos por más de una semana, fue una larga pelea a quinientos rounds, a saber:
Beethoven vs. regatón.
Borges vs. revista Caras.
Fútbol vs. ballet.
Higiene vs. mugre.
Elegancia vs. mal gusto congénito.
Neurosis vs. psicosis.
Champagne vs. agua mineral.
Con dos frazadas vs. destapado.
Con luz vs. sin luz.
Con hijos vs. sin hijos.
Ultraderecha vs. izquierda intelectual.
New Agge vs. heavy metal.
Ravioles con tuco y crema vs. zanahoria rallada y yoghurt con salvado.
Y muchos "versus" más, tantos como "versos" se hicieron mutuamente al iniciar su romance. Moraleja: no hay como ser amado tal como uno es, y no ser como uno cree que debe ser para que lo amen, ¿me explico? La INCOMPATIBILIDAD DE CARACTERES, entonces, no es más que una mentira mutua del tamaño de un meteorito, que tarde o temprano cae por su propio peso. Casi siempre encima nuestro, para hacernos reaccionar. Como la manzana de Newton.
(Continúa en el libro...)

Cómo prepararse para la separación

(de mi fanpage del Manual de instrucciones para Recién Separadas en Facebook)

Una fan de la página me contó que se está preparando para ser R.S., y la verdad, me dejó pensando en cómo a veces insistimos en negar, aunque sea de la boca para afuera, que la pareja no va más y se avecina la separación.
Porque no hay separaciones sorpresivas. Todos los que hemos pasado por una ruptura (y a TODOS nos ha tocado alguna vez) sabemos bien que hay señales previas más o menos evidentes de que el barco se está yendo a pique. ¿Y qué hacemos? En lugar de ponernos el salvavidas y prepararnos para saltar, nos ponemos a sacar el agua con un jarrito, y en el colmo de la estupidez, cuando nos damos cuenta de que alguien nos mira simulamos regar las macetas.
Cuánto dolor nos evitaríamos si en lugar de ocultarnos la realidad nos sentáramos a conversar con el otro sobre la mejor manera de terminar la relación. Si nos decidiéramos a darle un final digno a esa relación que en algún momento nos hizo felices. Si nos despojáramos de los mandatos familiares, o sociales, que nos incitan a la confrontación, y nos abriéramos a la negociación.
No hace demasiado tiempo, a los enfermos desahuciados se los preparaba para el “buen morir” ayudándolos a resignarse, induciéndolos al perdón y la reconciliación con sus parientes y amigos, haciéndoles ver la conveniencia de poner en orden sus asuntos legales. Hoy, en cambio, la medicina se ha erigido en Dios y en lugar de aceptar la muerte la posterga con todos los medios a su alcance, algunos indignos e inhumanos.
Y esto último es lo que nos pasa frente a la separación: en lugar de resignarnos, aceptar que un ciclo se ha terminado, perdonar y solucionar nuestros asuntos legales con tranquilidad, nos enredamos en una larga agonía de a dos, en una guerra mezquina para ver quién se queda con más, sin darnos cuenta de que estamos demorando, solamente demorando, lo que tanto tememos: el final.
Mientras sea posible, a la pareja hay que intentar salvarla. Pero cuando ya no hay marcha atrás (y cuando uno de los dos dejó de querer, ya no hay marcha atrás), hay que procurarle, por el bien de nuestra propia salud mental, un “buen morir”.
Y cuando llegue el momento del último adiós, hacer como en los velorios de antes: un poco de llanto y de rezos, otro poco de anécdotas de tiempos felices, una ginebra por acá, un cafecito por allá, comida y bebida abundante para los parientes que vienen de lejos, y el finado durmiendo el sueño de los justos mientras a su alrededor, la vida sigue.

El maquillaje ideal para la Recién Separada

(de mi fanpage del Manual de instrucciones para Recién Separadas en Facebook)

Aprovecho que me han dejado un aviso aquí sobre una escuela de maquillaje para reflexionar junto a las R.S. sobre cómo debemos lucir en esta etapa tan especial de la vida.
Vamos primero a lo que no debe faltar en nuestro arsenal cosmético: el corrector de ojeras. Hay que tener varios y de distintos tonos, porque según la hora del día y/o las lágrimas que llevemos derramadas, nuestras ojeras irán desde un magenta suave al color berenjena. Lamento decirle, querida amiga, que la tiza mojada no sirve y el crayón blanco de los chicos, menos. Se va a tener que comprar unos buenos lápices correctores de ojeras de los más caros, si quiere que su rostro parezca descansado y saludable.
Una vez que haya cubierto sus ojeras, le vendría bien una base de maquillaje que le dé a su piel el aspecto aterciopelado que seguramente ha perdido. Y tal vez un poquito de rubor. No demasiado, no es cuestión de tener los cachetes colorados como el príncipe Carlos de Inglaterra.
Ahora vamos a los ojos. Rimmel a prueba de maremotos, porque una no sabe cuándo, cómo ni dónde se acordará de algo que le humedecerá los ojos de bronca, de tristeza o de nostalgia. Para la sombra, evite los colores tristes como el gris o la gama de los marrones, que la harán verse más melancólica.
Para la boca, elija un rouge discreto que resalte las forma de sus labios y le levante el ánimo, pero huya del colorado rabioso porque pueden pensar que anda buscando guerra, y no es cuestión. A menos que usted quiera buscar guerra, por supuesto, que está en todo su derecho y no seré yo quien se lo impida.
Si tiene más de 25, tampoco le aconsejo el morado o el negro; ya está grandecita para hacerse la gótica, o la dark, o la flogger.
Para las R.S., el maquillaje puede ser un buen aliado. La cara lavada no es para cualquiera porque nos deja el alma al descubierto, y cuando el alma anda de capa caída lo mejor que podemos hacer es darle una mano al espejo y pintarnos un poco. Un poquito, aunque sea. Con unos sabios toques de color y una sonrisa, la realidad es más llevadera. Y nuestra cara también, para los demás y para nosotras mismas.

lunes, 8 de marzo de 2010

Las mujeres y el poder

Hoy escuché en televisión, entre otras opiniones sobre el día de la mujer, las conquistas obtenidas y demás, a una señora que dijo que le gustaría que la mujer tuviera más poder. Y me quedé pensando en todo lo que puede abarcar la palabra "poder", y en cómo la usamos en un solo sentido. Hoy hablamos de poder casi exclusivamente para referirnos a la política o la economía. La presidente tiene poder; una diputada, una senadora, tienen poder; una empresaria o profesional exitosa tiene poder; una jueza tiene poder, una funcionaria tiene poder, la mujer, o la amante, de un "poderoso" tienen poder... y las demás, que somos la mayoría, nos quedamos afuera de la repartija y a llorar al campito.
Qué estupidez. A mí, que no me jodan. Yo soy más poderosa que todas ellas.
1) Yo tengo el poder de mantenerme firme en mi vocación y de hacer lo que siento, y como lo siento.
2) Yo tengo el poder de levantarle el ánimo a mis amigos con una broma o una palabra dulce.
3) Yo tengo el poder de la satisfacción del deber cumplido cuando hago algo bien, más allá del dinero que gane haciéndolo.
4) Yo tengo el poder de tener la conciencia limpia y en paz.
5) Yo tengo el poder de haber elegido el camino correcto a la hora de educar a una hija que no convivió con su papá. Pude haberle envenenado la cabeza y el alma, como hacen muchas mujeres, pero fui poderosa y elegí darle lo mejor de mí y enseñarle a sacar, y a dar, lo mejor de ella.
6) Yo tengo el poder de prescindir de lo que no me hace falta y de haber aprendido a vivir con lo indispensable.
7) Yo tengo el poder de hacer cosas que me gratifican aunque no me reporten dinero ni fama.
8) Yo tengo el poder de emocionarme y conmoverme sin sentirme débil.
9) Yo tengo el poder de vivir sin miedo al que dirán.
10) Yo tengo el poder de la imaginación, del amor, de la plenitud.
Y lo mejor de todo es que mi poder no depende de nadie más que de mí. A una presidente la pueden derrocar, a una jueza la pueden destituir, una empresaria se puede fundir, a una funcionaria le pueden pedir la renuncia, y la mujer del poderoso puede tener unos cuernos de exposición. Pero a mí, a la Gra Fernández, el poder de ser quien soy y cómo soy no me lo puede quitar nadie.

jueves, 4 de marzo de 2010

Una anécdota del "Manual de instrucciones para Recién Separadas"!

(de mi fanpage del Manual de instrucciones para Recién Separadas en Facebook)

Cuando estaba de novia con mi ex, hace más de treinta años, un día le prometí que le dedicaría mi primer libro. Por ese entonces, lo único que yo escribía era poesía y lejos estaba de sospechar que mi primer libro sería, oh carcajada del destino... ¡el Manual de instrucciones para Recién Separadas!, para el que el susodicho me había dado un montón de letra.
Pero como soy mujer de palabra, decidí cumplir mi promesa y dedicárselo igual. Y esto es lo que se puede leer en la primera página de la primera edición:

Dedico el "primogénito" a Carlos, mi ex, porque si estuviéramos juntos yo jamás habría escrito este libro. Ni este ni ninguno, en realidad, porque la convivencia requiere mucho tiempo y muchas energías, dos cosas que aún no aprendí a administrar. O tengo un marido, o escribo. Y él, que todo lo sabe, vislumbró en mí a la artista, escuchó ecos lejanos que llevaban mi nombre camino a la gloria, presintió la riqueza y la fama llamando a mi puerta, y hasta soñó una vez que aplaudía, sentado en primera fila, mientras yo recibía el premio Pulitzer. Todo eso lo indujo a apartarse de mí; temía no estar a la altura de los acontecimientos futuros. Por si esto fuera poco, se le apareció un ángel que le dijo: "Deja a esa mujer cumplir con su destino, renuncia noblemente a estar con ella y búscate otra que no escriba pero limpie, sea más ambiciosa, le guste el jolgorio, no se meta en tus cosas, no revise tus bolsillos y no sea asmática. Y tenga la cola parada." Él, ateo confeso, cayendo de rodillas se convirtió ahí nomás, rasgó sus vestiduras, rezó en cinco idiomas y le hizo caso al ángel. Y acá estamos, cada uno por su lado.
Les cuento que quedé como una reina: mi ex andaba con el libro en el bolsillo mostrándoselo a todo el mundo. Y por si fuera poco, darme cuenta de que yo era lo bastante inteligente como para reírme de mí misma y haber escrito ese libro, y esa dedicatoria, me levantó muchísimo la autoestima.
Esto es para que vean, queridas RS, que el humor es salud y que nos podemos reír hasta de aquellas cosas que en su momento nos hicieron llorar a mares.

viernes, 26 de febrero de 2010

Mis cincuenta primaveras


Acaban de llegar para quedarse. Aquí están los cincuenta, el medio siglo, o como diría Miriam, una de mis amigas, “las bodas de oro conmigo misma”.
Hasta ayer era una señora de las cuatro décadas y mirada de fuego al andar, como dice Arjona; a partir de hoy soy una cincuentona, que marcha inexorablemente hacia la tercera edad y a la que ningún poeta le ha dedicado ni siquiera un mísero haiku. Hasta ayer podía ponerme cualquier cosa y pasar junto al espejo sin mirarlo, esquivando su objetividad; a partir de hoy TENGO que mirarme al espejo antes de salir, no vaya a ser que parezca una vieja desubicada vestida de quinceañera.
A los cambios de década anteriores ni los sentí, pero este, el de los cincuenta, en los días previos me pegó tan fuerte que me desnucó. Ni siquiera pude elegir con seguridad lo que me pondría para la celebración. Me hice una camisola onda hippie chic, que es mi estilo favorito, y cuando la terminé me entusiasmé y probé distintas opciones: con jeans desteñidos, con pantalón blanco de señora, con pantalón negro. Mi costado juvenil clamaba por los jeans desteñidos, pero mi conciencia cincuentona se inclinaba hacia el pantalón blanco de señora. Mi costado juvenil me hizo ponerme una tira de la misma tela que la camisola sobre la frente, al mejor estilo “paz y amor” de tiempos idos, pero mi conciencia cincuentona me dijo: “no seas ridícula, hace treinta años que no te ponés una vincha”. El espejo me decía lo mismo, devolviéndome la imagen de una Barbi jubilada disfrazada de chica de los ´70.
Y encima, la nostalgia... la cruda nostalgia de lo que no fue, de lo que pudo ser, de lo que fue lindo pero se terminó, la incoherente nostalgia hasta de lo que ni siquiera sé si me hubiera gustado. Esa nostalgia de los días de lluvia, cuando uno mira por la ventana y siente que se está perdiendo de algo pero no sabe qué.
Sentí que los cincuenta se me habían caído encima todos juntos. Sentí que había vivido pateando metas y sueños hacia el futuro como si fuera inmortal, como si todo lo pudiera hacer mañana. Sentí que mis objetivos tenían plazos tan indefinidos que seguramente se me cumplirían post mortem, al paso que voy. Sentí que la juventud había quedado atrás y que ya no volvería, y que tenía que encarar la vida de otra manera.
Sentí un bajón terrible, hablando en criollo.
Pero finalmente hoy llegó el gran día, triunfaron los jeans y me siento y me veo espléndida. Mañana, y los días siguientes, me reiré de mis cincuenta y seguiré teniendo veinte en el corazón, que es donde hay que tenerlos para ser feliz. Y hasta el día en que me muera le seguiré dando gracias a Dios por todo lo bueno que me trajeron los años: mi hija, la familia, los amigos, la inspiración, la sensibilidad para entender al otro, la capacidad de olvidar y perdonar sin rencores, las ganas de querer y sentirme querida.
Bienvenidas mis cincuenta primaveras, que me han dado tantas flores.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Un libro para mujeres que deberían leer los hombres

Carlos me dejó un comentario muy atinado: que a mi libro, Manual de instrucciones para recién separadas, deberían leerlo los hombres. De hecho, les cuento que algunos lo hicieron (entre ellos mi ex, que fue mi primer fan) y se llevaron una sorpresa: no los considero el malo de la película, y cuando es necesario, hasta los defiendo.
Gracias a la costumbre poco saludable de buscar las culpas siempre afuera, cuando uno se separa tiende a demonizar al sexo opuesto en su conjunto: “los hombres” son TODOS unos hijos de puta, “las mujeres” son TODAS unas histéricas... ¿Quién no lo dijo, o lo escuchó decir, alguna vez?
Pero cuando se nos pasa la calentura inicial, deberíamos darnos cuenta de que es mentira eso de que “para muestra basta un botón”. Para mostrar lo que es un botón, puede ser... pero hay botones de plástico, de madera, de cerámica, de carey, redondos, cuadrados, y de gran variedad de colores, con lo que la muestra nos sirve sólo para encontrar uno igual, y nada más que para eso. Lo mismo pasa con los hombres y mujeres: gracias a Dios, no somos todos iguales.
Por cada desgraciado que nos metió los cuernos, puede haber un hombre fiel (o en su defecto, lo bastante discreto como para que no nos demos cuenta).
Por cada tirano que nos hacía planchar hasta las medias y nos exigía que tuviéramos la casa impecable, puede haber un compañero decidido a compartir con alegría las tareas del hogar.
Por cada desalmado que no se compadecía ni cuando nos veía caminar en cuatro patas de dolor o cansancio, puede haber un protector que nos lleve el desayuno a la cama, nos acomode las almohadas y nos haga masajes en los pies.
Por cada energúmeno que se agarraba a trompadas en todas las esquinas puede haber un caballero educado y cortés, amante de la paz y del consenso.
Puede haber. Las mujeres que han encontrado uno dan fe de que hay hombres así, de exposición, de esos para poner de adorno en la vitrina y mostrárselo orgullosa a las amigas.
Y es por eso, porque sé que hay hombres buenos, que al escribir ni libro elegí centrarme con humor en los problemas y dolores de las RS pero sin echar leña al fuego, sin malquistarla con los hombres y sin cargar las tintas sobre los defectos masculinos. Me pareció lo más saludable, porque en definitiva a lo que yo apunto es a que la mujer, entre sonrisas y carcajadas, haga una introspección y pueda descubrir qué le pasó, y por qué, y cómo puede hacer para superarlo.
Y es por eso que a mi libro deberían leerlo también los hombres: para entender mejor lo que nos pasa a las mujeres. No lo que nos inspiran ellos, sino lo que nos pasa a nosotras por dentro, con nosotras mismas, cuando nos separamos.

lunes, 15 de febrero de 2010

¿Hasta cuándo la recién separada es recién separada?


La Sole (no la que canta folklore, mi amiga) me pregunta en la fanpage del Manual de instrucciones para Recién Separadas en Facebook hasta cuándo va a ser una RS, y si después va a ser una separada más.

Buena pregunta. En mi libro sostengo que ser RS es un estado de ánimo, más que un estado civil. Es un sentimiento, algo que se vive con el corazón y con las tripas. Y la duración de ese sentimiento dependerá de inumerables factores internos y externos:

No es lo mismo separarse porque una dejó de amar y se decidió a dar el portazo, a que el portazo lo haya dado el otro y una siga enamorada.

No es lo mismo separarse flaca, joven, espléndida, profesional, sin hijos y con una fila de admiradores esperando en la puerta, que separarse gorda, cincuentona, celulítica, con hijos y nietos y después de haber sido ama de casa durante toda la vida. Aclaremos: hay de todo. Hay flacas de 30 divinas por fuera pero insoportablemente histéricas, y hay cincuentonas glamorosas, alegres y que cocinan como los dioses. Pero convengamos en que con los años una lleva las de perder.

No es lo mismo separarse rica que separarse pobre. La plata no hace la felicidad... pero sin plata todo es más difícil.

No es lo mismo un divorcio legal que deshacer una unión de hecho, en la que cada uno arma su valija y se va llevándose lo suyo y sin rendirle cuentas a nadie.

Sea cual sea la realidad de la RS, ahora está sola y sufre.

¿Y hasta cuándo va a sufrir? Hasta que descubra que todos los rótulos pesan y se decida a ser ella misma. Ni casada, ni soltera, ni viuda, ni divorciada: MUJER. Dueña y señora de su vida, esté o no esté en pareja.

Una puede ser madre, abuela, tía, hermana, hija, nieta, esposa, novia, amante... pero por sobre todo, es una persona única que puede, y debe, aprender a bastarse por sí misma sin depender afectivamente de nadie. Amar con toda el alma, sí. Depender del otro para ser feliz y sentirse viva, definitivamente no, porque no es saludable.

La vida tiene tanto para darnos, que no podemos quedarnos sentadas a esperar que un hombre nos dé todo ¡porque no puede, pobre!

sábado, 13 de febrero de 2010

La recién separada y el Día de los Enamorados

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Hace mucho que no escribo nada relacionado con mi libro, el Manual de Instrucciones para Recién Separadas, y me pareció que esta fecha nefasta para las mujeres solas era una buena ocasión para reafirmar su vigencia. La del libro, se entiende.

Llega San Valentín, o el Día de los Enamorados, y la RS queda desubicada como una heladera en el baño.

Mientras “los enamorados” festejan entre cajas de bombones, ramos de flores, tarjetitas cursis, ositos de peluche, CDs de Sandro y besos húmedos, la pobre RS no sabe qué hacer para no ver que a su alrededor todo el mundo se quiere mientras ella suspira, como dice el tango, mirando desde afuera y con la ñata contra el vidrio.

Mientras “los enamorados” inundan bares, restaurantes y hoteles exhibiendo impúdicamente su felicidad, la pobre RS no tiene donde sentarse a tomar un café sola sin sentirse miserable.
Mientras “los enamorados”, aunque sea de la boca para afuera y obligados por las circunstancias, renuevan con pasacalles y mensajes radiales promesas que al otro día olvidan (la de fidelidad, sobre todo), la pobre RS se siente una porquería, ignorada y abandonada...

Y todo porque nadie le dirá feliz día, ni le regalará nada, ni la sacará a pasear. Como si fuera la única; para que sepa, somos un montón, jóvenes, viejas, gordas, flacas, solteras, separadas añejas, viudas y hasta casadas, las que pasaremos en 14 de febrero sin pena ni gloria.

domingo, 7 de febrero de 2010

Ratón de biblioteca

Un amigo que reniega de los blogs y que nunca se dignó visitar el mío dice que escribir en un blog es una forma de onanismo mental. Algo de razón tiene, aunque no es mi caso; si mi finalidad fuera sólo esa, escribiría todos los días la primera pavada egocéntrica que se me cruzara por la cabeza y listo.

Pero resulta que no, que no quiero hacer un blog en el que sólo cuente cómo amanecí, ni con quien pasé la noche, ni lo que almorcé, ni los eventos a los me invitan, entre otras cosas porque sería terriblemente aburrido contar que amanezco feliz, que el único ronquido que escucho de noche es el de mis perras, que mis almuerzos dejan mucho que desear en cuanto a creatividad y que no me invitan a ningún evento, salvo los cumpleaños de los amigos.

Cómo seré de reservada, que desde noviembre estoy trabajando en la biblioteca de Río Ceballos y todavía no escribí nada sobre eso. Y no por falta de ganas, aclaro, sino porque no consigo hacerme el hábito de sentarme a engordar el blog al menos una vez por semana, algo que mis pocos pero fieles lectores me reprochan de vez en cuando.

Les cuento, entonces, sobre la biblioteca.
El trabajo para el que me contrataron es muy específico: catalogar los libros, hacer el inventario en la computadora, en un programa especial para ese fin. Por cada libro que se ingresa hay que completar una ficha: título, autor, traductor, fecha y lugar de edición, editorial, ISBN, cómo ingresó a la biblioteca (canje, compra, donación) quién lo donó o lo compró, tema que trata, etc. Y como no todos los libros tienen los datos en el mismo lugar, ni tienen todos los datos, ni los tienen totalmente legibles, no es raro verme lupa en mano tratando de descifrar lo que mis pobres ojos no alcanzan a distinguir.

Para cualquier persona que no ame los libros, la tarea sería tediosa y mecánica. Para mí, que amo los libros, es como abrir la caja de Pandora y encontrar tesoros ocultos, de esos que uno ni sospecha que existían.

Detalles en los que jamás me había fijado, como la fecha y lugar de edición, ahora despiertan mi curiosidad y me veo asociando tal fecha con tal o cual acontecimiento, o elaborando una estadística mental sobre los libros que se editaron entre 1940 y 1950, o viendo qué tienen en común los de la década del 60, o poniéndome contenta cuando encuentro algún ejemplar muy viejo, de principios del siglo pasado, pero que está en perfectas condiciones.

Y ni qué hablar cuando me toca inventariar los de editorial TOR, por ejemplo, esos de hojas gruesas y tapas de papel finito impresos en una letra mínima, apretada, con el texto escrito a dos columnas: Alejandro Dumas, Víctor Hugo, Dickens... ¡si los habré devorado, de chica, heredados de mi papá, que los había comprado cuando era adolescente! Y los de Emecé, de las épocas gloriosas de los best seller de los años setenta, y las ediciones especiales de tapas duras de la década del 30, del 40, que pese a los años se conservan impecables... Y los libros de bolsillo con lo mejor de la literatura mundial...

La curiosidad, que a estas alturas ya roza la indiscreción, también me lleva a preguntarme, cuando encuentro una dedicatoria personal, qué habrá sentido el que recibió ese libro de regalo, si lo habrá leído o lo habrá dejado en un rincón, si le habrá gustado. ¿Y cómo fue que el libro llegó a la biblioteca? ¿Su dueño se murió, y los parientes lo donaron? ¿Lo donó el dueño, porque no le interesaba conservarlo? ¿Cómo alguien de la familia se puede deshacer de un libro dedicado al padre en el día de su cumpleaños, o dedicado a un hermano al que se admira profundamente, o a un amigo del alma?

La emoción de tener entre mis manos tanta vida se multiplica al mirar las estanterías repletas, los libros que están apilados en el piso o en cajas por falta de espacio, y pensar en las miles de historias que guardan. Las que están escritas en sus páginas, y las otras, las que no se ven y que jamás conoceré. Las historias de los sueños, las ilusiones, de cada autor. Las historias de sus dueños anteriores. Las historias, por último, de cada lector que se llevó el libro a su casa y lo leyó pensando vaya a saber en qué, emocionándose vaya a saber con qué párrafos, aprendiendo algo que no sabía, o simplemente disfrutando la lectura.

Pienso en las horas solitarias que habrán acompañado esos mismos libros que hoy pasan por mis manos, en los lugares por los que han andado, en las mesas de luz donde han descansado durante unos días, como viajeros que van de hotel en hotel, y ante mí se presenta un mundo más complejo, fascinante y misterioso que el de cualquier novela.

El olor a biblioteca, que me recibe cada mañana envolviéndome con su calidez, hace el resto. Y ahí está la Fernández sentada en una silla íncómoda, en la posición menos ergonómica que uno pueda imaginarse para trabajar en una computadora, con un atril improvisado con cartón y un broche de tender la ropa, y los dedos sucios de tierra pero feliz de la vida y dispuesta a terminar sus días catalogando libros, porque salvo que me echen, de acá no me voy.

jueves, 14 de enero de 2010

7 trucos para autocorregir y revisar un texto

Muchas veces me preguntan si uno mismo puede revisar o corregir sus textos. La verdad es que sí, pero hay que tener conocimientos medios de gramática, sintaxis, ortografía, y por sobre todo, mucha autocrítica y ganas de trabajar hasta conseguir el mejor resultado posible.
Acá van siete pautas básicas para la revisión y autocorrección:

1 - Lee tu escrito como un profesional, sin encariñarte con tus palabras. Todo puede cambiar y mejorar.

2 - Después léelo como lector. ¿Qué piensas? ¿Lo entiendes? ¿Estás de acuerdo? ¿Cómo rebatirías lo que dice el texto? Apunta todas tus respuestas y luego analízalas desde tu óptica de autor, viendo que puedes hacer con lo negativo que has encontrado correccion literaria textocomo lector.

3 - Pídele a un amigo, un colega o cualquier otra persona que lea el escrito y que te diga cuáles son, según su opinión, el objetivo fundamental del texto y sus ideas principales. Escucha con atención lo que te dice, y no te justifiques si este lector no encuentra en el texto lo que pretendías. Piensa, en cambio, cómo puedes aprovechar sus opiniones para mejorar tu mensaje.

4 - Relee el texto con espíritu crítico. Después, recupera el tono racional y valora si tus críticas tienen algún fundamento; si es así, rectifica.

5 - El oído puede descubrir lo que no ha detectado el ojo. Lee el texto en voz alta como si estuvieras frente a una audiencia y escucha como suena. ¿Queda bien, te gusta? ¿Hay algún cantito, algo parecido a la rima de una poesía?

6 - Si escribes con computadora, aprovecha los programas automáticos para verificar la ortografía, la gramática o la legibilidad pero no confíes ciegamente en ellos. En caso de duda, recurre al diccionario.

7 - Cuando menor sea la cantidad de palabras que utilices para expresar tus ideas, mayor será la claridad y la concreción del texto.

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