miércoles, 16 de abril de 2008

Despacio, perros y niños sueltos


Casi todos los días hay que lamentar algún accidente protagonizado por un “perro asesino”.

Muchos años atrás, eran los doberman; hoy, son los dogos, mastines, pittbull o rottweiler los que pagan los platos rotos de una situación que tiene un solo responsable: el hombre y su afán enfermizo de convertir a otro ser vivo en una máquina de matar.

Siempre he tenido perros, y salvo una ovejero alemán pura el resto han sigo callejeros. Animales nobles, unos más obedientes que otros, pero nunca lo suficientemente agresivos como para atacar a nadie a mansalva, y lo bastante guardianes como para disuadir a quien intente entrar sin mi permiso. Confieso que mis perras han estado en la calle más de lo aconsejable, que han corrido motos y bicicletas y le han pegado un susto (sin mordisco) a más de uno, cosa que no está bien, que no debería ser, y que trato de evitar. Confieso también que aquí, como en tantos lugares, es normal que los perros estén sueltos en la calle, y que esto trae problemas como peleas entre ellos, bolsas de basura rotas, y de vez en cuando alguna persona tarasconeada. Son hábitos que debemos cambiar, y que cambiarían mucho más rápido si las autoridades se decidieran a intervenir, ya sea cobrando multas, educando a la población (sobre todo a los chicos en las escuelas), haciendo campañas de esterilización gratuitas, o donando rollos de alambre tejido para que quienes no pueden comprarlo cierren sus terrenos y mantengan adentro a sus animales.

Pero lo cierto es que esta vida chúcara nuestra, en la que las cosas son como no deben ser, de a ratos tiene su encanto, como todo lo prohibido. Es lindo ver, a la mañana temprano, cómo los perros van y vienen corriendo por la cuadra, jugando unos con otros, alegres de encontrarse.

Porque los perros necesitan eso, estar con otros perros, olerse, hacer como que pelean, correr.

Hasta eso de las nueve, es la hora de hacer sociales. Después, ya más tranquilos, se tienden al sol, y salvo que alguna moto interrumpa la paz serrana o su dueña enfile hacia el almacén y decidan seguirla, no se levantan por un buen rato. Dormir al sol, y que sea lo que Dios quiera. Quién pudiera…

Cuando mi calle era de tierra no pasaba casi nadie, y nuestros hijos y perros vivían en paz yendo de casa en casa, andando en bicicleta, jugando a la pelota. Ahora pasa gente desconocida, y muchas motitos conducidas (mal) por chicos y chicas que van y vienen de día y de noche, y la perrada se insubordina. Y nosotros también; el pueblo va queriendo convertirse en ciudad, algo que, gracias a su trazado defectuoso, nunca llegará a mayores, pero con lo que ha crecido ya es suficiente, el cambio se nota. Cómo será, que hace unos años estuve a punto de pintar un gran cartel para poner en la esquina: ENTRE DESPACIO, PERROS Y NIÑOS SUELTOS. Ya que van a transitar, que no molesten y lo hagan con prudencia…

En recuerdo de esa época en la que perros y dueños éramos los amos de nuestra cuadra, en el 2003 escribí para mi columna Peperina Exprés, del diario El Zonda de San Juan:

Brigada de lujo

En estos tiempos violentos, cada uno se defiende como puede. Algunos compran armas, instalan alarmas o refuerzan las cerraduras, otros contratan guardias privados, hay barrios organizados con silbatos y llamadas telefónicas... a la hora de enfrentar al enemigo de lo ajeno, todo vale, o casi todo.

Yo vivo en Río Ceballos, a 35 km. de Córdoba capital, y aunque el índice delictivo es menor que en las grandes ciudades aquí también nos preocupamos por la seguridad. En mi cuadra, como en casi todo el pueblo, contamos con la presencia preventiva y disuasiva de una brigada de lujo. Nuestros custodios son un hallazgo: naturalmente equipados para todo terreno, trabajan 24 horas corridas y al momento de cobrar no tienen pretensiones: les pagamos en especie, cualquier sancocho les viene bien.

Comanda la brigada el legendario Batuque, héroe sobreviviente de numerosos enfrentamientos con invasores de todo tipo: nafteros, diesel, equinos, caninos y felinos. Tiene más cicatrices que pelos, pero todavía aguanta. Lo secundan dos muchachas bien fornidas y de garrones tomar: la Angelita y la Caty, quienes a la hora de intimidar y poner en fuga a los sospechosos no se andan con chiquitas. La Negra aporta lo suyo, esa es más tranqui pero disuade por presencia. También debemos contar al benjamín de la patrulla: el único hijo reconocido del Batuque, el Laqui, que como parece dálmata pasa por inofensivo pero tiene su carácter, aunque está en la edad del pavo. Y otra joven promesa, el Panchito, que tiene apenas tres meses pero ya enseña los dientes.

Todos estos efectivos patrullan día y noche la vía pública sin ningún tipo de restricciones, para tranquilidad de los habitantes de la cuadra y para desgracia de quien deba transitar por nuestra calle, venga a pie, en bicicleta, en moto o a caballo. La más añosa de la brigada, la intrépida Belka, nuestra campeona olímpica de salto en alto y escalada de alambrados, ha sido relegada a tareas administrativas por su propia seguridad (con 15 años, ya no está para andar arriesgando el pellejo), y observa con nostalgia al resto de la tropa, ladrando cuando hace falta.

Y por supuesto, está la reserva, que atrincherada en los fondos cumple una tarea limitada y anónima pero igualmente efectiva. Al menor movimiento de hombre, bestia o espectro nuestros perros hacen oír sus voces, de oeste a este y de sur a norte, con un exceso de celo que ni la más sofisticada alarma podría igualar.

No encontraremos nunca mejores guardaespaldas para nuestros hijos, porque donde están ellos allí están los perros. Confiamos vidas y bienes a una fuerza policial heterogénea y abnegada, cariñosa y valiente. Tal vez seamos algo ingenuos, pero vivimos tranquilos. No tenemos un peso para móviles ni para comprar balas, pero con semejante provisión de colmillos... ¿Quién se nos va a animar?

Vaya este humilde homenaje para Belka, Batuque, Laqui, Negra, Panchito, Angelita, Caty, y para los que ya no están entre nosotros pero que estarán siempre en nuestros corazones: el Colita, la Cindy, y todos los demás. Y un saludo especial para Víctor bebé y Roqui, de la otra cuadra...

miércoles, 2 de abril de 2008

Por el país, por todos

Veinte días de paro agropecuario y cortes de ruta no es algo fácil de sostener, ni para los que están en los piquetes ni para el resto, los que vimos cómo se iban vaciando las góndolas de los supermercados y nos sentíamos como en el túnel del tiempo al recordar épocas oscuras: el desabastecimiento, la hiperinflación, los saqueos.

Tampoco para el gobierno, que si no es ciego, ya debe haberse dado cuenta de que va a tener que actuar de otra manera si quiere mantener la gobernabilidad de un país grande y diverso como es el nuestro.

En lo personal, no estoy de acuerdo con los cortes de ruta, ni en este caso ni en ninguno; mucho menos si son por tanto tiempo. Pero apoyo la protesta del campo porque la producción agropecuaria es una actividad de riesgo, y porque por cada productor “rico”, hay cientos, miles que no lo son. Y si bien no puedo opinar sobre cuestiones más específicas, de las que recibo información absolutamente contradictoria (la soja sí, la soja no...) hay algo sobre lo que sí puedo opinar, porque es mi derecho como ciudadana, y sobre lo que todos tendríamos que opinar: el gobierno que queremos, el país que quisiéramos tener.

Como hija de un pequeño industrial, y por llevar en la sangre desde muy chica el orgullo de haber visto a mis viejos luchar por su fábrica y hacerla crecer, quiero un país en el que se premie al que produce, al emprendedor, al que arriesga, y se carguen las tintas sobre el que evade o el que especula. Como argentina, quiero un país en el que el pobre no dependa de un bolsón o de un subsidio, sino que tenga la posibilidad de capacitarse, TRABAJAR, sentirse útil, saberse necesario para algo más que ir a hacer bulto en un acto de apoyo al gobierno de turno, o a algún candidato; quiero un país en el que los ricos compartan, por qué no, pero dando trabajo en blanco y con buenos sueldos, y pagando los impuestos que POR LEY (no por decreto) les correspondan.

No creo que el bienestar del pobre dependa del despojo al rico, y mucho menos al que produce. Me parece, en todo caso, que debería depender de reglas de juego claras por parte del gobierno, de políticas económicas, educativas y de salud concretas y coherentes, y sobre todo, de que las cadenas de responsabilidades estén bien aceitadas, para que se sepa dónde se van perdiendo, o a qué bolsillo van a parar, los millones de pesos que el gobierno malgasta.

Y es porque quiero todo eso, que el estilo de nuestra presidenta me gusta cada vez menos. Si pudiera conversar con Cristina Kirchner le diría, con todo respeto, que no ahogue al que produce, no desprecie la opinión del que disiente, no presione a los gobernadores e intendentes que no le son adictos. Y si de verdad quiere honrar la memoria de sus compañeros, la gente de su generación que luchó por un ideal, gobierne con honestidad y grandeza de espíritu.

También le diría, de paso, que el país no es el Calafate, la Capital Federal y el conurbano bonaerense. Hay muchas cosas que resolver, y mucha soberanía por defender. Y no lo va a conseguir rodeándose de matones, o gremialistas que se eternizan en su puesto prepoteando a las bases.

Si pudiera seguir conversando con ella después de esto, le contaría que la mayoría de los argentinos no creemos más en una Plaza de Mayo llena, y le preguntaría si ella se la cree. Todos, y ella también, supongo, sabemos cómo se manejan EN CASI TODOS LOS PARTIDOS POLÍTICOS los aparatos partidarios, cómo se recluta a los que asistirán a un acto multitudinario.

Lo he visto hacer acá, en mi pueblo; todos sabemos, en todo el país, de algún triste candidato a concejal, o a intendente, que amenaza con quitar un bolsón o dejar sin el plan trabajar al que no lo vote.

Si todavía no me hizo echar por sus edecanes, le haría notar que su problema no es ser mujer; es no darse cuenta de que está gobernando un país que es varios países, todos distintos, y que no todos caben en el mismo molde. Y ella, como presidente, tiene que saberlo, y sus ministros también. Y tienen que sentarse a concensuar con todos, y por el bien de todos. Necesitamos una presidenta inteligente, mesurada, con cintura política, y que esté rodeada por un equipo capaz de buscar soluciones creativas. Y que cuando le hable a TODO el país lo haga desde su despacho, y no desde una tribuna partidaria y ocasionando gastos que pagamos todos. Y que no confunda la desconformidad con el ánimo golpista: durante el tiempo que le falta gobernar la van a poner en jaque no una, cien veces, y es lógico que así sea porque para eso está donde está, para solucionar los problemas del país. No es Miss Mundo, Cristina -le diría-, es la presidenta de los argentinos.

Pero quédese tranquila, que si hubiera una mínima posibilidad de un golpe de Estado, los que la criticamos saldríamos a defender la democracia. No a usted, tal vez, pero sí a la democracia, al orden institucional.

A estas alturas, le pediría un vaso de agua y le seguiría diciendo que me parece que hoy, el país es otro, y que van a tener que cambiar las reglas del juego porque el interior quiere lo suyo, porque lo que empezó siendo un reclamo puntual por las retenciones a la soja destapó la olla de todo lo que no funciona bien en la relación entre el Estado nacional y las provincias, algo que ella y su equipo seguramente no se esperaban.

Ojalá sea así. Ojalá esto sea el principio de otra manera de pensar la democracia, y de ejercerla.

Ojalá nos permita crecer como país, como sociedad. Creo que ahora más que nunca, en las provincias tenemos que apoyar a los pequeños y medianos productores agropecuarios, y también a los microemprendedores, y a las Pymes, y unirnos para lograr lo que todos necesitamos, y lo que Cristina dice querer: una mejor distribución de los recursos.

¿Qué entiende ella por eso, qué entendemos en el interior? Creo que ahí está el problema: en que estamos hablando de cosas distintas. Para ella, me parece, distribuir recursos es manejar a discreción la caja de todos. Para el interior, la distribución de recursos debería pasar porque cada gobernador reciba lo que le corresponde, lo que le hace falta, sea o no amigo del gobierno central, y lo distribuya de la misma manera, sin fijarse en el color político, entre los intendentes.

Ese es el desafío, me parece. Llevamos más de treinta años de una democracia desprolija, imperfecta, pero gracias a Dios, ininterrumpida, y es hora de que empecemos a debatir en profundidad cómo sigue esto, como lo podemos mejorar.

Malvinas, allá lejos y hace tiempo

Pasaron ya veintiséis años, pero a veces parece que fue ayer. Todavía hay ex combatientes esperando una pensión, todavía muchos argentinos no tomaron conciencia de lo que fue esa guerra y sus consecuencias. Hace bastante tiempo, un ex combatiente me habló de su dolor al sentirse rechazado. “Es como si la gente”, me dijo, “no entendiera que estábamos ahí, viendo morir a los compañeros, peleando en serio. Todos dicen que fue una guerra inútil, que tantas muertes fueron inútiles. Y a los que volvimos vivos nos tratan como si fuéramos los responsables de la guerra… no nos quieren en ningún lado, dimos la vida por el país y no nos quieren en ningún lado. Yo no te digo que seamos héroes, pero que nos valoren como soldados, al menos, que se den cuenta de lo que nos tocó vivir allá. ”

Tenía razón el hombre al estar dolido. La sociedad fue injusta con los ex combatientes, dejándolos de lado en el intento de sacudirse de encima una realidad difícil de digerir, como si el hecho de negar a los sobrevivientes hiciera desaparecer la guerra toda. Durante muchos años, hubiéramos querido borrar de la memoria el episodio de Malvinas; no por la derrota en sí, que era previsible, sino por la impotencia de haber sido estafados por un hato de locos que, al mejor estilo Bush, creyeron que con dos tiros tendrían las islas en el bolsillo.

Las Malvinas son nuestras, Inglaterra se niega desde siempre a devolverlas pero no nos daba el cuero para enfrentar a una potencia fogueada en combate y muy bien equipada. Dicen que había que invadir las islas, que había que tomar posesión nuevamente de ellas para poder seguir reclamando por la soberanía. Vaya a saber si es así. Pero hubiera sido mucho más inteligente seguir reconquistándolas de a poco, colonizándolas con una presencia argentina cada vez más numerosa, seduciendo a los isleños, brindándoles más de lo que les daban los ingleses, y respetándoles el derecho que tienen todos los extranjeros en nuestro país: el de conservar su ciudadanía de origen, si así lo prefieren. Nos hubiera llevado cien años, tal vez, pero las islas hubieran vuelto a casa. Hoy, eso es casi imposible.

¿Hay guerras justas? Creo que la única guerra justificable es la que libra un pueblo ante quienes pretenden invadir su territorio. Creo, también, que los pueblos deberían oponerse a la locura de sus gobernantes y negarse a tomar las armas para invadir a otros pueblos. Pero lo que yo crea, o lo que piense usted, poco le importa a los dueños del poder, acá y en todo el mundo.

Malvinas duele hoy más que ayer. La herida que dejó se va profundizando año tras año, a medida que van saliendo a luz nuevas verdades, a medida que se puede volver sobre el pasado con objetividad y adentrarse en los hechos tal como fueron, crudos y mezquinos. Mientras tanto, ¿qué hacemos? Porque aunque nuestra guerra fue lejos y hace tiempo, acá también hubo una guerra, acá también tenemos muertos. No lo olvidemos.

Dos de abril. Un minuto de silencio. Por los caídos. Y por los que volvieron, porque a ellos los matamos con nuestra indiferencia todos los días, acá, durante veintiséis años.